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Encarado al mar con acantilados de más de cien metros de caída, el cabo de Santa Pola forma un macizo montañoso de una docena de kilómetros cuadrados. El accidente geográfico, considerado como un vértice geodésico de primer orden, abunda en valores geológicos, ecológicos y antrópicos. Por un lado, es uno de los poquísimos casos de arrecife coralino que existen en el Mediterráneo, origen biótico que motivó que el Gobierno valenciano lo catalogara como Lugar de Interés Geológico. Por el otro, está poblado de frondosos pinares con una notable diversidad de flora y fauna. Por último, contiene elementos con valor arqueológico e histórico. Desde el siglo XVI, una torre de vigilancia saca provecho de la posición elevada, como lo harían después las baterías de defensa antiaérea y los cuarteles militares excavados en la roca por el ejército republicano durante la Guerra Civil española. También se conserva un faro del siglo XVIII y varios aljibes de la misma época que, hasta bien entrado el siglo XX, abastecieron de agua potable el núcleo urbano de Santa Pola, situado al pie del promontorio.Entre el acantilado y la costa, discurre una carretera acompañada de pequeñas calas. Une, de sur a norte, el núcleo de Santa Pola con Gran Alacant y los Arenals del Sol, dos urbanizaciones residenciales que, con la especulación de las últimas décadas, han ido menoscabando los bosques de la sierra. Pasan ahí parte del año un buen número de jubilados y veraneantes que suelen pasear o hacer deporte en la naturaleza, demostrando que, en condiciones masivas y descontroladas, estas actividades dañan el entorno. Hasta el año 2013, las únicas intervenciones que se habían llevado a cabo para amortiguar ese desgaste fueron la mejora superficial de algunos caminos y la limpieza de vertidos descontrolados de escombros y desechos.
Objeto de la intervención
Entonces, el Ayuntamiento de Santa Pola decidió emprender una reforma paisajística de la zona con el fin de consolidar y regularizar sus accesos y recorridos. A través de esta intervención, que recibiría una inversión de más de doscientos mil euros, se quería conectar el casco histórico de Santa Pola con las urbanizaciones del lado septentrional del macizo por medio de una red de ciclovías que dieran acceso a sus diferentes puntos de interés. Lógicamente, la estrategia para ordenar un territorio tan extenso no podía ser exhaustiva. Pasaba, más bien, por desplegar una serie de actuaciones sutiles que consolidaran la concurrencia humana en las partes antrópicas del paisaje para preservar sus partes bióticas.Descripción
Tras consultar a varias asociaciones de ciclistas y organismos comprometidos en la defensa del entorno natural y el patrimonio histórico, se elaboró un proyecto para ordenar los diferentes usos del territorio, para adecuar los nuevos recorridos y accesos a la red de caminos preexistentes y para respetar la pequeña escala de un gran número de emplazamientos donde se conservan cruces y monumentos. La red de ciclovías consta de seis itinerarios que unen las dos partes del municipio. Al pasar cerca del faro, el itinerario que recorre la costa forma una pasarela serpenteante en voladizo que permite observar en escorzo la estructura fósil de los acantilados. También constituye un magnífico mirador sobre el Mediterráneo con vistas a la isla de Nova Tabarca, poco más de cuatro kilómetros mar adentro. Se han restaurado el aljibe del Manyo y las tres baterías antiaéreas de la Guerra Civil. Varios elementos de señalización dan cuenta del valor histórico de estos y otros monumentos, a la vez que orientan a los paseantes. Por todas partes, se ha instalado mobiliario para descansar y disfrutar del paisaje.Valoración
La apertura de la nueva red de ciclovías en el cabo de Santa Pola fue recibida con una fuerte controversia en los medios y las redes sociales. Muchos temen que la consolidación de los accesos multiplique la afluencia de visitantes y empeore el deterioro ecológico del lugar. Otros lamentan que la homologación señalética y la determinación de los itinerarios domestiquen la magia de un paraje antes marginal y salvaje. No faltan quienes defienden la sutilidad respetuosa de la intervención, que ha logrado reparar una gran extensión con un presupuesto relativamente bajo. En cualquier caso, no hay duda de que los paisajes naturales adyacentes a núcleos poblados están bajo amenaza permanente. Y, cuando se abren a la gente con vocación de hacer pedagogía sobre sus valores naturales e históricos, se está fomentando que la ciudadanía se los haga suyos, los respete, los quiera e, incluso, los defienda en el futuro ante eventuales agresiones urbanísticas.David Bravo │ Traducción de Maria Llopis
[Última actualización: 25/10/2023]