Estado anterior
A pesar de su centralidad, la plaza Catalunya era un espacio infrautilizado y con escaso valor urbano que siempre había desempeñado un papel secundario en Figueres. En los años noventa se acentuó esa subsidiariedad cuando se la dotó de un aparcamiento subterráneo y un par de marquesinas metálicas que complementaban el mercado semanal de la vecina plaza del Gra. Separada por poco más de cincuenta metros, esta es la sede principal de un colorido mercado de alimentos que se celebra los martes, jueves y sábados, así como de la Fira del Brocanter (Feria del Anticuario), que tiene lugar el tercer fin de semana de cada mes. Está protegida por una cubierta decimonónica, obra de Francesc Puig i Saguer, que se ha convertido en una de las construcciones más representativas de una ciudad tan lluviosa como generosa en soportales públicos.Objeto de la intervención
En 2009, la ciudad decidió enderezar la disfunción urbana de la plaza Catalunya destinando una partida de más de dos millones de euros a la construcción de una nueva cubierta. La estructura prolongaría la tradición de Figueras dando cobijo a actividades públicas que, más allá de la mera extensión del mercado de víveres de la plaza del Gra, abarcarían conciertos, ferias y encuentros multitudinarios.Estos usos esporádicos activarían la zona en momentos puntuales, pero no debían afectar a la continuidad del espacio público permanente. La reforma también serviría para estimular la presencia de peatones y para inhibir el tráfico rodado. Además, la nueva cubierta podía transcender la mera función de protección del sol y la lluvia alojando un sistema de placas fotovoltaicas y constituyendo así un alegato en favor de las fuentes alternativas de producción energética.
Descripción
Casi tan cuadrada como su vecina y predecesora, la nueva cubierta ocupa la mitad occidental de la plaza Catalunya, liberando así una explanada a medio camino de la plaza del Gra. La envuelve una celosía transpirable que cuelga del techo y que, junto con el mismo, constituye un gran umbráculo. Dibuja un volumen prismático simple y rotundo, de cerca de 36 por 46 metros en planta y siete y medio de canto. Ayudado por la sombra que proyecta, el prisma parece flotar más de cuatro metros por encima del pavimento de la plaza, de la que cubre una superficie de casi 1.700 metros cuadrados.Las directrices de las calles perimetrales se aproximan notablemente a las de los ejes cardinales. Ello facilita la alineación de las placas fotovoltaicas ─encaradas a mediodía─ con la estructura que las soporta, que está condicionada por la del aparcamiento subterráneo preexistente. Los pilares de soporte, metálicos, se organizan siguiendo el modelo de planta basilical, de modo que una nave central de más de veintidós metros de luz separa dos crujías laterales, estrechas, de aproximadamente cuatro metros y medio. Tanto la nave central como la crujía meridional tienen una altura libre de unos ocho metros, mientras que la crujía que resigue el lado septentrional aloja un altillo que se eleva poco más de cuatro metros.
Tres escaleras alineadas con la fachada norte dan acceso al altillo, al mismo tiempo que amortiguan el impacto de la calle de la Rutlla, la más transitada, sobre el ambiente del umbráculo. El altillo, al que también se llega a través de un ascensor exento, funciona como un balcón de libre acceso que se asoma sobre la nave central. Cuando hay mercado o se celebran actos multitudinarios, ofrece una vista privilegiada sobre el espacio inferior, pero también sirve para acoger eventos propios sin interferir en el uso del plano de la plaza.
Siete jácenas trianguladas de más de dos metros de canto cruzan el techo de punta a punta. Sus barras inclinadas y las riostras que las traban perpendicularmente se enroscan en un ovillo de geometría compleja y profundidad variable. Contribuyen a ello las placas fotovoltaicas, alineadas transversalmente a las jácenas y con una pendiente de diez grados. Poseen un índice de transparencia del 21% y la luz que las traspasa, contrastada con la opacidad de los canales de recogida de agua que las acompañan, multiplica la complejidad del ovillo cenital, convirtiéndolo en un caleidoscopio de claroscuros.
La iluminación bajo el umbráculo embellece el espectáculo de los víveres expuestos en el mercado, que al mismo tiempo quedan protegidos de la insolación directa. Sin embargo, el sol que dejan de recibir está bien aprovechado por las ocho filas de setenta y dos paneles fotovoltaicos, cada uno de ellos de 1,20 por 1,90 metros. Con una superficie de captación de 1.300 metros cuadrados, las placas generan una media anual de 127 Mw/h, electricidad que el ayuntamiento está vendiendo a la red por un valor de 37.000 euros. La inclinación de las placas fotovoltaicas no solo sirve para optimizar la insolación recibida y para que se limpien solas con el agua de la lluvia que vierten sobre los canales colectores. También genera pasos transitables que hacen posible su mantenimiento, al mismo tiempo que da cabida a entradas de ventilación que evitan su sobrecalentamiento.
También refrescan el ambiente, permitiendo el paso del aire, las latas horizontales que conforman la celosía de las fachadas. Están hechas de un conglomerado de resinas y astillas de madera de pino y roble. Las resinas protegen los fragmentos lignarios de las agresiones externas del sol, el agua, los térmitos o los hongos, de modo que las latas presentan durabilidad y estabilidad cromática sin necesidad de mantenimiento. Resultan mucho más sostenibles que el uso de maderas tropicales, sobre todo si se tiene en cuenta que el 70% de su masa proviene del desbrozo de bosques locales.
Valoración
La cubierta fotovoltaica ha sido diana de críticas por parte de algunos detractores que la tildaban de excesivamente cara. Cierto o no, hay que juzgarla no solo por lo que es, sino también por lo que deja de ser. En efecto, el mercado municipal de víveres supone una alternativa, viable y contemporánea, al modelo de las grandes superficies privadas. Un modelo que tiene efectos tan antiurbanos como la disolución de la vida de barrio y de su pequeño comercio, el estímulo del uso del automóvil, el empobrecimiento de la gastronomía popular o el consumo de cantidades de energía tan obscenas como las de los residuos que genera.Es más, cubrir los puestos de pequeños comerciantes con un porche supone una alternativa valiente a tantos otros mercados municipales que, al ser renovados, se han recluido dentro de ambientes acristalados y climatizados que los hacen insostenibles y poco solidarios con los barrios. El umbráculo de la plaza Catalunya no solo actualiza en términos contemporáneos la costumbre local de cubrir espacios públicos con soportales cívicos. También entronca con la sabia tradición mediterránea de proteger los alimentos del sol y la lluvia con techos altos que alejan el aire caliente y ascendente, mientras permiten la ventilación transversal para refrescarlos. Llevando esa sabiduría más allá, este techo genera sombra a través de un dispositivo que al mismo tiempo aprovecha la energía solar. Usadas como elemento arquitectónico y no como mero accesorio, las placas fotovoltaicas se hacen bien visibles gracias a un grado de transparencia que modula la luminosidad interior mientras hace pedagogía de la necesidad de recurrir a energías alternativas.
Pero evitando fachadas y aires acondicionados no solo se ahorran materiales y energía. Por un lado, se consigue que la vida populosa y colorida del mercado se propague por el barrio desbordando una construcción que queda a medio camino entre el edificio cerrado y el espacio abierto. Por el otro, se gana una versatilidad que permite, cuando no hay mercado, utilizar el umbráculo como un verdadero techo cívico, punto de encuentro que invita a muchos otros usos colectivos.
David Bravo │ Traducción de Maria Llopis
[Última actualización: 18/06/2018]