Estado anterior
Situada junto a la inestable frontera entre los reinos islámicos y cristianos, la ciudad de Huéscar cambió siete veces de manos entre el siglo XIII, cuando fue fundado, y el siglo XV, pocos años antes de la hegemonía peninsular de los Reyes Católicos. Ante esa inestabilidad, la defensa de la ciudad hacía preciso el control visual del territorio que la rodeaba. La Torre del Homenaje desempeñó esa función hasta que, durante la penúltima conquista cristiana de la ciudad, liderada en 1434 por Rodrigo Manrique, su estructura, mayoritariamente lignaria, quedó totalmente desmochada. Sólo quedó en pie su base de piedra y tapia, de una planta de altura, que fue perdiendo con el tiempo su carácter monumental para convertirse en vivienda y disolverse indiferenciadamente dentro de la trama urbana. Estos restos resultan hoy insuficientes para conocer con exactitud el tamaño y la forma que la torre había tenido.Objeto de la intervención
Aunque ese desconocimiento hacía imposible una restauración fiel al edificio original, en el año 2000 la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía quiso promover una intervención que recuperara su carácter monumental y que restableciera su doble función de hito y de mirador.Descripción
La Torre del Homenaje está constituida por dos construcciones de planta baja y piso, separadas por un pasaje de poco más de un metro de ancho y unidas sólo en un extremo. Una de ellas, de menor altura y en forma de L, está enfoscada con mortero blanco como las casas vecinas a las que queda adosada y tiene un carácter auxiliar. La otra, de casi doce metros de altura y planta cuadrilátera de doce por doce metros, es un edificio esquinado, prácticamente exento y con un carácter mucho más monumental.La planta baja del cuerpo principal está constituida por los restos originales de la torre: cuatro muros de más de un metro de espesor, enfoscados con mortero de piedra caliza. Estos muros definen una sala cerrada de más de cinco metros de altura y con un pilar central. Sobre esta planta se yergue un cuerpo ligero, construido con latas de madera, evocando el arquetipo de la empalizada medieval. Soportado por una estructura de vigas y pilares postensados de madera, este cuerpo está constituido por dos rampas que se enroscan alrededor de un patio central y que dan acceso y salida al mirador de la azotea, desde el que se divisan las cubiertas de Huéscar y los horizontes del territorio que la rodea.
Valoración
Por suerte o por desgracia, restaurar no podía equivaler esta vez a restituir o consolidar una forma original que se había perdido en el olvido de los tiempos. Por este motivo, seiscientos años después de su destrucción, la intervención reinventa desde una actitud respetuosa pero francamente contemporánea la forma de la torre, restaurando sólo su significado y su función. Antes de volver a construirla, ha sido preciso volver a proyectarla. Se trata, pues, de una restauración abstracta, no figurativa, que sabe aprovechar la carga simbólica del antiguo monumento y que al mismo tiempo queda liberada de la tiranía de la forma preexistente. Esta libertad permite que el proyecto pueda establecer cómodamente un juego dialéctico y sincrónico entre el pasado y el presente.En esta relación dialéctica, el peso físico e histórico de la base formada por los muros de la torre original se contrapone a la ligereza y contemporaneidad de la nueva estructura de madera que, a su vez, remite al antiguo arquetipo de la estacada militar. Al mismo tiempo, en la disposición de los dos cuerpos que forman la nueva torre se establece una interesante dualidad entre los dos ingredientes de la ciudad: el monumento y el paisaje urbano. Mientras que el edificio principal –alto, exento y esquinado– se destaca significativamente como un monumento, el cuerpo auxiliar –adosado, enrasado y encalado como los vecinos– se solidariza anónima y armónicamente con el paisaje de la trama urbana.
También es dual la función pública recuperada, que permite al mismo tiempo ver y ser visto: la torre es no sólo un hito, una marca que orienta y da sentido colectivo, sino también un mirador que ofrece a los ciudadanos una visión panóptica de su ciudad y del territorio que la enmarca. Hallamos aún de nuevo esa dialéctica de la mirada, de ver o ser visto, en el paramento de latas de madera de la estacada que, como una persiana o una celosía, ofrece una vista calada del exterior y permite apenas adivinar las siluetas que se mueven en su interior. Por último, el recorrido ascendente hacia el mirador ofrece la expresión más dramática de esa dialéctica visual cuando, inmediatamente antes de regalarnos el panorama horizontal sobre la ciudad y su entorno, nos confina en un patio que niega cualquier visión del horizonte para imponernos la verticalidad del Axis Mundi.
David Bravo Bordas, arquitecto
[Última actualización: 02/05/2018]