Estado anterior
Fiel a las estrategias defensivas que imperaban durante la edad media, Teruel creció en lo alto de un cerro rodeado por una muralla. La topografía resolvía así la cuestión de la seguridad pero, al mismo tiempo, planteaba a la población de intramuros, frecuentemente asediada, el problema de abastecerse de agua potable. La solución vino dada por la construcción, en el siglo XIV, de dos aljibes que recogían y acumulaban el agua de escorrentía que la lluvia, con poca regularidad, hacía caer sobre la ciudad. Conocidos aún hoy como el Aljibe Somero y el Aljibe Fondero, son grandes depósitos subterráneos de tamaño similar ?casi cien metros cuadrados cada uno? y cubiertos con bóvedas de ladrillo. Estuvieron en uso hasta bien entrado el siglo XIX, momento a partir del que se usaron como vertederos de escombros y, durante la Guerra Civil, como refugio. Están situados en el subsuelo de la antigua plaza del mercado, punto central del tejido urbano que recibía las aguas del barrio más alto, la judería, y las distribuía hacia los barrios de las diferentes laderas del cerro.Con una pronunciada pendiente que cae hacia el sur, la plaza presenta un perímetro triangular, definido por calles que confluyen en ella siguiendo las líneas de escorrentía, y completamente rodeado por unos soportales que acogen numerosos comercios. Hoy recibe el nombre de Carlos Castel, pero se la conoce popularmente como la Plaza del Torico por la fuente que la preside, datada de 1858 y señalada por la estatua de un pequeño toro que reposa sobre una columna. Entre los bellos edificios que integran sus tres fachadas, destacan la Casa del Torico y la Casa la Madrileña, obras del arquitecto tarraconense Pau Monguió Segura y exquisitos representantes del Modernismo. Hasta no hace mucho tiempo y a pesar de su valor patrimonial, su dinamismo y su centralidad, la plaza estaba invadida por el tráfico rodado. La iluminación no ayudaba a resaltar su calidad arquitectónica y el pavimento precisaba de una urgente renovación.
Objeto de la intervención
Gracias a una aportación económica del Ministerio de Fomento, el Aljibe Fondero, ubicado al sur de la plaza, fue recuperado en 2003. Ello hizo posible abrirlo al público e incluirlo en el amplio abanico de elementos del patrimonio histórico que la ciudad ha recuperado en los últimos años. Cuatro años después, la Diputación General de Aragón decidió hacer extensiva la recuperación patrimonial al Aljibe Somero, que sería comunicado con el anterior, y a la propia Plaza del Torico. Para ello invirtió una cantidad superior a los seis millones de euros.Descripción
En el subsuelo de la plaza, la intervención ha incrementado la zona visitable, antes constituida únicamente por el Aljibe Fondero, hasta una superficie total de más de cuatrocientos metros cuadrados que han sido totalmente pavimentados con piedra natural. El acceso se efectúa desde unas escaleras dispuestas al pie del mausoleo que hay en la adyacente Plaza de los Amantes. Un pasillo comunica las escaleras con el Aljibe Fondero, que está situado al sur de la plaza y que, como su nombre indica, es más profundo que el Aljibe Somero. Se ha abierto un nuevo túnel que conecta ambos aljibes y deja al descubierto algunos tramos del «Abellón», un albañal paralelo que había servido como desagüe. En el Aljibe Somero se han levantado unas graderías revestidas de madera que permiten a un grupo de visitantes contemplar un audiovisual que trata sobre el patrimonio histórico de la ciudad y, especialmente, acerca de los recorridos subterráneos vinculados al agua.En la superficie, el pavimento de la plaza ha sido renovado con adoquines de piedra basáltica. Algunos de ellos han sido especialmente diseñados para alojar cavidades alargadas que siguen varias orientaciones. Ello ha permitido empotrar a lo largo y ancho de la plaza un total de 1.230 luminarias formadas por lámparas con diodos electroluminiscentes LED. Las lámparas dibujan sobre el oscuro pavimento basáltico una dispersión de segmentos luminosos que, a través de variaciones de orientación y densidad de agrupación, reproducen el diagrama de escorrentía de la plaza. Así, el dibujo traduce las líneas de flujo del agua de lluvia y las inflexiones, las bifurcaciones y los remolinos que genera al encontrarse con obstáculos superficiales, como la propia fuente del Torico, o subterráneos, como los dos aljibes. Sobre la proyección de ambos depósitos, los segmentos luminosos se ordenan siguiendo la misma orientación y reduciendo su densidad de agrupación con el fin de expresar el carácter estático del agua en reposo.
Dado el reducido tamaño de la plaza y con el fin de evitar cualquier rivalidad con el dibujo luminoso del suelo, la iluminación general es sutil. A las antiguas farolas ancladas a las fachadas se ha añadido una iluminación rasante que utiliza los paramentos verticales de los edificios como pantalla reflectora. Siguiendo los criterios establecidos por la Unión Europea para minimizar la contaminación lumínica, las fachadas se bañan de luz tangencial en sentido descendente. En los soportales perimetrales se ha colocado un falso techo para ocultar el cableado, que antes pendía visiblemente de las fachadas y que ha sido completamente renovado. El plano de ese techo se ha iluminado con luz difusa y la fuente del Torico, con luminarias de haz concentrado dispuestas sobre algunas fachadas.
Valoración
El principal motivo por el que los dos aljibes medievales de Teruel se ocultaron en el subsuelo es que recogían el agua que se filtraba a pie de calle. Además, en aquel momento, a pesar de su importancia estratégica como infraestructuras de servicio, no tenían valor simbólico o representativo alguno que los hiciera merecedores de una visibilidad pública. Sin embargo, el paso del tiempo se ha encargado de invertir esta situación de modo que, si bien han perdido la utilidad para la que fueron concebidos, han adquirido un gran valor arqueológico y pedagógico. Esta inversión cualitativa hacía sumamente interesante su descubrimiento por parte de la ciudadanía.La intervención ha hecho accesible el subsuelo y ha restaurado los restos arqueológicos para que puedan ser visitados. Sin lugar a dudas ello supone un claro beneficio para la cultura, pero no deja de ser una operación bastante habitual, en que una antigua construcción desprovista de su función originaria se ofrece a un público expresamente interesado en acceder a un recinto cerrado para visitarla. El aspecto más sorprendente de esta intervención no tiene lugar en el subsuelo sino en la superficie del espacio público, donde la presencia de los dos aljibes se hecho perceptible a los ojos de todo el mundo. En lugar de manifestarse literalmente, a través de los propios restos arquitectónicos, su resurgimiento superficial viene dado por una poética representación del agua de lluvia que antes recogían. La intervención superpone a la restauración explícita de una construcción obsoleta la restauración implícita de su función originaria. De este modo, y a través del uso alegórico de un elemento tan funcional como el alumbrado, la utilidad adquiere, por una vez, un insólito grado de simbolismo y representatividad.
David Bravo Bordas, arquitecto
[Última actualización: 02/05/2018]