El director del Centro de Investigación sobre Movilidades de la Universidad de Lancaster, considerado uno de los sociólogos más relevantes del panorama actual, puso en cuestión la viabilidad a corto plazo del automóvil como medio de transporte urbano.
Considerado uno de los sociólogos más relevantes del panorama actual, el británico John Urry ofreció, el 24 de noviembre de 2014, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), una conferencia titulada «Planeta urbano: la movilidad en las ciudades del futuro». En su charla, el director del Centro de Investigación sobre Movilidades de la Universidad de Lancaster repasó la evolución histórica de las formas de transporte urbano e hizo una prospección de sus perspectivas de futuro. En su opinión, la motorización generalizada de los desplazamientos representó, a mediados del siglo XX, una conquista para la libertad individual de las clases medias y para el sistema capitalista. Además, la masificación del vehículo privado potenció dos industrias florecientes: la automovilística y la de la extracción del petróleo y la producción de sus derivados. Al mismo tiempo, conllevó un incremento importante de la inseguridad vial —tanto por los accidentes como por los atropellos— y un aumento exponencial de las emisiones de gases contaminantes como consecuencia del consumo de combustibles fósiles, que nos conducen a un colapso ecológico y energético. Frente a este panorama, algunas administraciones públicas y empresas privadas han comenzado a adoptar soluciones que no solo resultan insuficientes porque no resuelven integralmente el problema, sino que, algunas veces, incluso provocan efectos adversos. Entre los primeros casos, está la ejecución de grandes infraestructuras viarias que quedan obsoletas y desbordadas de forma muy temprana, incluso durante su planificación, antes de ponerse en funcionamiento. Entre los segundos, se dan los conflictos derivados de la lucha por el espacio público tras la pacificación o peatonalización de ciertas calles o la implantación de carriles para bicicletas.
En último término, Urry sostiene que el problema de la movilidad es de alcance global y de interés colectivo y que, por lo tanto, exige ser abordado desde un liderazgo compartido y con la participación de todos los actores —administración, ciudadanía, empresas—. Para él, solo se vislumbran cuatro posibles escenarios. El primero sería el de una «ciudad altamente tecnificada», que permita la monitorización permanente y en tiempo real de los datos referidos a desplazamientos. El segundo se asemejaría a una «ciudad fortificada», campo de batalla de la privatización y la competencia por los recursos. Otro consistiría en una «ciudad digital» en la que se restringirían radicalmente los desplazamientos físicos. El último y más deseable sería el de una «ciudad habitable», que reduzca las escalas actuales de crecimiento económico y de desarrollo urbano. En línea con esta última posibilidad, el sociólogo defiende la necesidad de un nuevo urbanismo que favorezca el retorno a ciudades localizadas y de escala humana frente a las megápolis que proliferan por todo el globo. El nuevo urbanismo debería abogar por la recuperación de los servicios y espacios comunes ocupados y privatizados por el automóvil. También debería fomentar nuevas prácticas sociales en materia de relación interpersonal, de consumo o de uso del tiempo. Algunas ciudades como Helsinki ya se están planteando estas cuestiones a medio plazo (2025), mediante el impulso de iniciativas como la de la movilidad bajo demanda. En cualquier caso, el sociólogo advierte que, antes o después, todas las ciudades se verán obligadas a tomar, de manera firme pero consensuada, decisiones como la reducción de la renta individual, el decrecimiento del consumo, la disminución de las desigualdades y, en definitiva, la transformación de los actuales patrones sociales.