La plaza Skanderbeg es el centro de la capital de Albania, Tirana, y a la vez algo más: una especie de espejo en que se puede mirar la historia de este país y en que la sociedad albanesa puede mirarse a sí misma.
La plaza nació casi al mismo tiempo con la capitalidad de Tirana, a principios de los años veinte del siglo pasado, poco después de la independencia del país. Entonces estaba en los márgenes de la ciudad, mientras que el centro urbano se hallaba detrás de la mezquita colindante y la torre del reloj, alrededor del conjunto de palacios de una figura prominente de la nobleza local. Al otro lado del perímetro de la plaza surge entonces un edificio modesto que sería el primer parlamento de Albania, para convertirse luego, después de la Segunda Guerra Mundial, en el club cultural de los soviéticos, y más tarde, en los años sesenta, tras la ruptura con Moscú, en teatro de marionetas, lo que sigue siendo hoy en día. Pero volvamos a la gestación de la plaza, en los años veinte. Aunque de forma nominal existía como plaza, era más bien un campo, un trozo de terreno en las afueras de una ciudad, hasta que se quedó rodeada por un complejo de edificios gubernamentales: los ministerios, el ayuntamiento y el banco nacional. Y eso empieza a cambiar la configuración urbanística de Tirana: a partir de la plaza, empiezan a salir en forma radial una avenida tras otra y la ciudad se extendió en otras direcciones.
La plaza tomaba forma en paralelo con la construcción física y a la vez simbólica del nuevo Estado. Por un cierto periodo, el epicentro de la vida urbana seguía latiendo en otro lugar, mientras que la plaza tenía el papel de escenario del teatro político. De hecho, en todas las fotos y en todos los documentales de aquel período aparece como espacio de las ceremonias del poder, cuando no aparece como un enorme vacío.
Eso cambia cuando, con la ocupación italiana en la vigilia de la Segunda Guerra Mundial, el régimen autóctono, más bien una monarquía de opereta, se sustituye por el fascismo. Con ello, un nuevo actor sube en el escenario: la multitud. Su presencia en las manifestaciones, tanto oficiales como de protesta, se hace conspicua, aunque todavía no se puede decir que Albania se había transformado en sociedad de masas. Tal cambio se completaría, en los decenios sucesivos, con la instalación del totalitarismo comunista después de la guerra. Y la presencia de la multitud en la plaza no se limita a las representaciones oficiales del poder: se produce de manera espontánea también. Pero no en manifestaciones, sino en lo que se puede considerar el antípoda de lo oficial: en forma de ocio.
En este punto es preciso hacer una explicación de carácter urbanístico y a la vez cultural y sociopolítico. Uno de los radios que sale desde la plaza Skanderbeg es una gran avenida, comparable con los Champs-Elysées por sus dimensiones, de modo que el escritor soviético Ilyá Ehrenburg, de visita en Albania en 1945, dijo que había visto muchas ciudades sin avenida, pero que nunca había visto una avenida sin ciudad. Junto con unos edificios del estilo modernista característico del fascismo, construidos al otro extremo, tiene la forma de un hacha de lictor, si uno lo ve desde el avión. Ahora bien, durante el comunismo se juntaron una serie de factores que cambiaron la función de la gran avenida de Tirana como espacio público y, por consecuencia, enriquecieron la función de la plaza Skanderbeg. Antes del comunismo, la avenida era un enorme vacío porque no había automóviles, mientras que durante el comunismo a la falta de vehículos, que, con la excepción de los gubernamentales, estaban prohibidos, se añadió otro factor, o más bien una serie de otros factores. Ahora la multitud cogía la costumbre de salir al espacio público no solo por necesidades de trabajo o por otros desplazamientos obligatorios: algunos elementos del estilo de vida moderno estaban penetrando ya en la cultura del país, especialmente en las ciudades principales, y poco a poco se estaban masificando. Uno de ellos era el tiempo libre fuera de casa. Mientras tanto, en los cines había poca cosa que ver, en los teatros aún menos, los partidos de fútbol tenían lugar una vez por semana y, lo que es más importante, allí faltaba la presencia femenina, especialmente deseada en una sociedad donde las normas tradicionales del patriarcalismo estaban en proceso de descomposición y había una pugna entre la aspiración a la libertad de las costumbres y el puritanismo frustrante de la moralidad oficial. Por otra parte, algo había cambiado en un espacio tradicional de encuentro: en las cafeterías. Históricamente un espacio exclusivamente para hombres, y sobre todo para hombres maduros, se volvió accesible no solo para los jóvenes, sino también para las mujeres, siempre que fueran acompañadas adecuadamente por representantes del género masculino. Sin embargo, por la nacionalización progresiva de todos los negocios, y por mor de la austeridad que predicaba la doctrina oficial, las cafeterías se volvieron cada vez más escasas. Y los lugares de baile eran prácticamente inexistentes. Quedaba únicamente el paseo: como lugar de encuentro, pero sobre todo de encuentro visual. Cada tarde, a menos que lloviera, decenas de miles de habitantes de la capital, sobre todo jóvenes, se volcaban a la vía pública, para ver y dejarse ver, lo que era el compendio sustitutivo de los espectáculos, de las cafeterías, de las discotecas y todo. Y el espacio para el paseo no faltaba en Tirana. Ahí estaba la gran avenida, y también la plaza Skanderbeg, la cual, mediante los paseos de la tarde, se convirtió en una prolongación de la misma. La gente, siempre endomingada, iba caminando arriba y abajo, horas enteras, una y otra vez, saludándose o intercambiando miradas o simplemente mirando y exponiéndose a las miradas. Era un gigantesco salón mundano al aire libre, o un espectáculo donde uno era actor y espectador a la vez.
La situación cambió con la caída del comunismo y con la transformación capitalista de la economía. Tanto la gran avenida como la plaza Skanderbeg empezaron a llenarse de coches y dejaron de ser lugares de paseo. Mientras, en la plaza, el tráfico se interrumpía cuando había manifestaciones políticas, de protesta o de apoyo al gobierno. Y la plaza se convirtió en símbolo de demostración de fuerza hasta tal punto que durante un periodo a mediados de los noventa, por decisión del gobierno, la oposición no podía manifestarse en ella, y cuando eso ocurría, la autoridad gubernamental se tambaleaba: quien tenía el poder tenía la plaza, y viceversa, quien tenía la plaza tenía el poder.
Con el paso de los años la situación se calmó relativamente y la plaza Skanderbeg quedó básicamente como un lugar de tránsito para los vehículos. Sin embargo, la política interfirió otra vez, y de manera muy agresiva. En 2010, el entonces alcalde Edi Rama, hoy primer ministro, puso en marcha un proyecto ambicioso para reformarla. Pero unos meses después, cuando él perdió las elecciones municipales, el nuevo alcalde paralizó las obras únicamente por haber sido una iniciativa de su rival. En lugar de ello, se limitó a hacer una serie de enmiendas que poco cambiaron la forma y nada la función de la plaza, mientras que pretendía que era una solución normalizadora y a la vez provisional que daría paso a otro proyecto de reforma. Que nunca llegó.
En 2015 hubo otra vez una rotación en el gobierno municipal de Tirana y el alcalde Erion Veliaj retomó el proyecto anterior, con unas modificaciones. El resultado es la plaza Skanderbeg en su estado actual. Se ha devuelto a los peatones, o más bien a los ciudadanos. Es un espacio donde la gente se cruza y se encuentra, un tipo de espacio que tanto ha faltado durante el poscomunismo. Pero de ningún modo no es un regreso al pasado. Lo único que queda del pasado es la presencia de edificios que representan varios periodos históricos, desde el periodo otomano hasta nuestros días, todo ello comprimido como en un aleph borgiano en el Museo de la Historia Nacional. Mientras tanto, las costumbres de la gente han cambiado radicalmente en comparación con la época cuando el paseo tipo desfile era el ocio casi exclusivo para los habitantes de Tirana. Ahora los bares abundan, las discotecas también. Los cines y los teatros no, pero eso tiene que ver con los corolarios culturales del modelo de capitalismo que se implementó en Albania. De todos modos, ahora la plaza Skanderbeg tiene un papel insustituible, por ser el espacio abierto por excelencia donde la gente puede encontrarse y quedarse. Además, en un contexto sociológico donde la ciudadanía está demasiado atomizada por obsesionarse con lo privado y donde el bien común todavía no está en el horizonte de las preocupaciones de los individuos, no sería exagerado decir que la plaza Skanderbeg no solo es un espejo vuelto hacia el pasado, sino también un haz de luz que apunta hacia el futuro.