Los suburbios dispersos basados en la vivienda unifamiliar y el vehículo privado fueron el escenario principal del sueño americano. Surgidos en una época en la que el combustible era abundante y barato, han dado cabida a un estilo de vida que se revela cada vez más insostenible. ¿Qué ocurrirá con ellos cuando escaseen los combustibles fósiles?
Tras la Segunda Guerra Mundial, el fenómeno del «suburbanismo», espoleado por la popularización del vehículo privado, se convirtió en paradigma del sueño americano extendiendo un monocultivo residencial sin ninguna relación con las estructuras urbanas tradicionales. The End of Suburbia retrata un modelo de crecimiento urbano basado en la dependencia del automóvil y, por lo tanto, del petróleo, apuntando a las implicaciones políticas subyacentes. El documental sostiene que este modelo está abocado al fracaso, ya que el agotamiento del petróleo es inminente si se confirma la ampliamente consensuada teoría del pico de Hubbert (Peak oil), que predice el agotamiento de las reservas de crudo extraíble para antes de 2020.
El film no ahonda en las cuestiones espaciales, arquitectónicas o sociales del modelo, como lo haría el documental canadiense Radiant City (Jim Brown y Gary Burns, 2006),aunque sí ofrece una breve pincelada del origen histórico del sprawl mediante imágenes de archivo cuidadosamente seleccionadas. Y es que, ya fuera por una mala interpretación de los componentes sociales de la ciudad jardín de Ebenezer Howard, por los excesos del patriotismo estadounidense en su apuesta por potenciar la inversión y el empleo a través de la Federal Housing Administration y los programas de ayuda a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, por la presión de las corporaciones automovilísticas y petroleras, o bien por la existencia de un plan deliberado para alienar a las clases medias de su ciudadanía mediante la implantación de un tipo de urbanización individualizadora que propiciaba un deseo bucólico, la casita con jardín, el caso es que un modelo que surgió y se multiplicó en Estados Unidos acabó exportándose a todo el planeta, incluida Europa. Desde Ontario hasta Shangai, pasando por Dubai, México o Madrid, la vivienda unifamiliar aislada cubre el territorio con una alfombra de espacio privado en la que el espacio público queda reducido al mínimo ancho necesario para el paso de los vehículos y a una acera que es, en la mayoría de los casos, testimonial. Resulta difícil entender cómo en contextos climáticos, orográficos y culturales tan diferentes se puede reproducir una idéntica tipología.
Tal vez, como ocurre con la telebasura, la ciudad suburbial no sea tanto lo que «la gente» pide como lo que a «la gente» se le ofrece. Quizás esa oferta se reduzca a un planteamiento de rentabilidad económica según el cual sería más provechoso construir viviendas seriadas en parcelas sin valor urbano que adentrarse en la complejidad del núcleo consolidado. En cualquier caso, su imaginario causa al mismo tiempo repulsa y fascinación entre muchos cineastas. No son pocos los filmes en los que el suburbio aparece como telón de fondo o incluso como protagonista de la narración. El documental The End of Suburbia se nutre de los Prelinger Archives, que contienen multitud de piezas audiovisuales relacionadas con el suburbio y el automóvil. En grandes éxitos de taquilla como American Beauty (Sam Mendes, 1999) o Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990), el desorden interior de los protagonistas contrasta con el aspecto apacible y aparentemente perfecto de los barrios suburbiales. En el mismo escenario están confinadas las vidas de las protagonistas de series como «Mujeres desesperadas» (Marc Cherry, 2004) o «Mad Men» (Matthew Weiner, 2007). Es destacable el caso de El show de Truman (Peter Weir, 1998), rodada en Seaside (Florida), que, a pesar de parecer un decorado, es una población real, ejemplo de «New Urbanism» y diseñada según criterios de perfección similares a los del plató de televisión donde vive el protagonista. Incluso hay casos inversos donde la urbanización real parece estar inspirada en un decorado. Es el caso de la ciudad de Celebration, la versión más edulcorada del suburbio americano, creada por Disney, que bien podría haber sido el decorado donde transcurre Las mujeres perfectas (Bryan Forbes, 1975), donde las esposas son suplantadas por robots que mantienen la armonía vecinal y familiar.
Sin embargo, al igual que la realidad dinamitó la ensoñación de Celebration cuando proliferaron robos, crímenes sexuales, asesinatos o los intercambios de pareja, parece ser que la actualidad contradice de alguna manera la tesis de The End of Suburbia. Hay quien mantiene que el mundo no se está volviendo cada vez más urbano, sino cada vez más suburbano. Por ello, resultaría razonable buscar formas de densificar los tejidos urbanos, fomentar el transporte colectivo, hibridar usos o reforzar el espacio público para recuperar la urbanidad de la ciudad. Es lo que se plantea en el documental Aprendiendo del New Urbanism, que acompaña la publicación Postsuburbia, coordinada por Zaída Muxí, o también Ellen Dunham-Jones en la conferencia «Retrofitting suburbia», de manera ciertamente optimista. En contraposición a estas actitudes, encontramos lo que podría ser la evolución darwiniana del suburbio hacia el más polémico y quizás siniestro barrio cerrado. Este no es ya un barrio «ideal», sino toda una «ciudad cerrada» que ofrece a sus habitantes lo que necesiten y les libra de tener que preocuparse por la violencia de extramuros. Paradójicamente, incluso los responsables de generar esa violencia exterior escogen este recinto tan idílico como escenario de su apacible vida familiar. Tal y como haría Tony Soprano al acabar su jornada laboral.