Los debates entre un grupo de vecinos que se plantean suprimir las vallas de las parcelas de su patio de manzana constituyen una metáfora de los problemas de convivencia que surgen diariamente en la ciudad.
Derribar las vallas entre parcelas para unificar un patio interior de manzana. Esta es la idea que se plantean los vecinos de Inner Yard. Con una sorprendente economía de medios, la directora checa Marika Pecháèková retrata en este documental las relaciones políticas que se establecen en una pequeña comunidad e, inevitablemente, instaura una metáfora de los problemas de convivencia que surgen diariamente en la ciudad. El largometraje comienza con un rudimentario travelín por las cuatro calles que rodean la manzana, situada en un ensanche de Praga. Acto seguido, se adentra en su patio interior con una panorámica en la que la voz en off de un vecino plantea cuestiones recurrentes en los debates públicos sobre planeamiento urbano: la idealización de un pasado en el que los espacios públicos eran más humanos, el poder determinante de la arquitectura sobre los comportamientos o el grado de civismo de la sociedad actual. Esta introducción se apresura a advertirnos de que no estamos ante la mera descripción de lo particular que pueda llegar a ser el patio de una casa. Para remarcarlo, la directora emplea un recurso cinematográfico —una suerte de metatexto— con el que añade narrativa, distanciando la película de lo que podría ser un vídeo casero o una recopilación de grabaciones vecinales.
En la reunión de vecinos que trata la supresión de los cercados del patio, hay opiniones personales y posturas enfrentadas que reflejan la dimensión política de una cuestión tan sensible para la Europa contemporánea como la de la valla y, por extensión, la idea de límite, de frontera. Sintetizados en el símbolo de la valla, miedos y esperanzas van aflorando en boca de los vecinos: el aislamiento como garantía de protección y como valor deseable —llevado al paroxismo en casos como el del muro de Hénin-Beaumont (Francia)—; la dicotomía entre lo particular y lo común o entre lo público y lo privado; el miedo a que no haya suficiente para todos —suficiente jardín, suficientes empleos, suficientes servicios—, sobre todo, si llegan «los de fuera»; el debido cumplimiento de las normas, ya sean prohibiciones u obligaciones; la invocación a la seguridad —con la pederastia como amenaza recurrente—; los requisitos de mantenimiento, limpieza e, incluso, higiene; el recurso de la participación como vía de consenso; el temor al ruido y a los «comportamientos incívicos». Las de Inner Yard son vallas cuya presencia o ausencia parecen marcar la diferencia entre Arcadia y Sodoma.
No deja de ser sintomático que todas estas cuestiones se resuelvan, de la manera más discrecional posible, mediante la restricción impuesta, una solución que, muy a menudo, empobrece drásticamente la vida en común. La película incide así en la paradoja de la vecindad. A partir del momento en que nos juntamos con otros para participar de los beneficios que nos reportan la cooperación y la convivencia, surgen recelos, conflictos y abusos que ponen en juego al bien común. Lo expresaba con poética contundencia el brillante Norman McLaren en su cortometraje Neighbours (1952) donde la tragicómica relación entre dos vecinos incapaces de compartir degenera, valla mediante, desde una vida placentera hasta la misma muerte. Una muerte que, en boca de la propia Pecháèková, también hace acto de presencia en la cotidianeidad de Inner Yard:
«Nos mudamos a un apartamento de Praga desde el que se veía el patio interior. Lo veo como si me viera a mi misma en un espejo y veo cosas que no quiero ver. Un terreno baldío, insípido y vacío. Doscientas ventanas, doscientas familias tras ellas, y en medio de todas, un patio común donde diariamente rebotan nuestras miradas ahogándose en su languidez. En una ocasión alguien me dijo: “Si vives junto a algo muerto, la muerte se mete también dentro de ti”».