El espacio urbano está allí donde todos los ciudadanos, con independencia de sus ingresos y circunstancias personales, pueden sentirse cuidados e iguales.
Hace tiempo que el espacio público urbano es objeto de debate, y la pandemia de la covid-19 ha aumentado considerablemente esta discusión. De repente, la gente confinada en casa empezó a apreciar el verdadero valor del espacio público y la contribución de este a la calidad de la vida urbana. Un estudio reciente de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU) subrayaba: “El espacio urbano está allí donde todos los ciudadanos, con independencia de sus ingresos y circunstancias personales, pueden sentirse cuidados e iguales” (1) . El eurobarómetro sobre ciudades europeas de 2015 indicaba que la satisfacción con la disponibilidad de zonas verdes y espacios públicos era el factor con mayor peso en la satisfacción con la vida en general, por delante del transporte público y la atención sanitaria, por ejemplo.
Ciudades como Barcelona han priorizado sensiblemente la expansión y el desarrollo de los espacios públicos. El ejemplo más reciente de esta tendencia es el “programa de las supermanzanas”, que crea nuevas plazas y zonas verdes y da prioridad a los peatones. Sin embargo, incluso con nuevos espacios públicos, las presiones del uso continúan creciendo. El aumento de la movilidad y los estilos de vida más activos y fragmentados lleva a incrementar el número de usuarios de la ciudad: más gente que viene a la ciudad para trabajar, más visitantes diarios y turistas, al tiempo que se extienden temporalmente las actividades de ocio a la “economía nocturna”. Este incremento de usuarios hace que el diseño y la gestión del espacio público sean más complejos. Las ciudades necesitan estrategias para desarrollar, gestionar y valorizar sus espacios públicos, todo para el bien público. Esto requiere un proceso proactivo de placemaking: un esfuerzo consciente para crear lugares mejores en los que puedan vivir todos los usuarios de la ciudad (2) .
Un grupo de usuarios de la ciudad que se ha vuelto cada vez más visible son los turistas, particularmente importantes en populares destinos de turismo urbano como Barcelona. El turismo es una forma doble de desplazamiento. Los turistas se desplazan desde sus entornos de origen para pasar tiempo en otro lugar. Pero al estar en otro lugar también desplazan a la población local. Los turistas llenan el centro de la ciudad y compiten con los residentes y los trabajadores por un espacio público ya de por sí escaso. Los eventos que las ciudades organizan para atraer turistas pueden desplazar otras funciones urbanas más locales. Los turistas también hacen una demanda desproporcionada del espacio público, donde pasan la mayor parte del tiempo. Los residentes pueden estar en casa o en el trabajo, pero el turista habita lo público.
El uso que los turistas hacen del espacio público no es solo una cuestión de cifras: también depende del tipo de turismo. Richards (3) esboza distintas fases del turismo y el desarrollo urbano basándose en la conceptualización de la evolución de la cultura de Luigi Sacco. Los orígenes de la cultura pública moderna son considerados como la Cultura 1.0, y se caracterizan por los museos fundados por ricos mecenas industriales y aprovechados posteriormente por el estado como símbolos del poder nacional. El reconocimiento subsiguiente de la cultura como una industria dio lugar a la fase de la Cultura 2.0, en la que la cultura se convirtió en una fuente de ingresos y lugares de trabajo, además de un medio para atraer turistas. Más recientemente, la diversificación del gusto cultural, la fragmentación de la producción cultural y las nuevas tecnologías hicieron que la cultura fuera vista como un medio de crear identidad, estimular la cohesión social y fomentar la creatividad (Cultura 3.0). La relación cambiante de la cultura y las ciudades también creó nuevas oportunidades para el turismo. El consumo elitista del Grand Tour que caracterizó la Cultura 1.0 fue sustituido por el turismo cultural de masas que inundó los nuevos museos y otras Catedrales del Consumo de la Cultura 2.0. Más recientemente, la Cultura 3.0 ha fomentado nuevas formas de turismo, como el turismo creativo, el turismo gastronómico y el “vive como un lugareño”.
Los distintos tipos de turismo también establecen distintas relaciones con el espacio público. Durante la Cultura 1.0, el turista se mantenía obedientemente dentro de los espacios públicos catalogados como de interés turístico, y su cantidad limitada y la profunda reverencia que sentían ante los highlights culturales también ayudaban a integrarlos. Los turistas culturales masivos de la Cultura 2.0 no solo eran más numerosos, sino que también se comportaban de otro modo. La cultura era una experiencia que se consumía, y los espacios públicos ofrecían una cultura fácilmente accesible y unas experiencias relativamente baratas. La prohibición de que los turistas se sentaran en el suelo de la plaza de San Marco de Venecia para comer sus bocadillos fue una medida de respuesta a este tipo de turismo. El cambio hacia la Cultura 3.0 abrió espacios privados al turismo: el apartamento de un lugareño, el bar de moda de un barrio determinado, la vibrante zona creativa. Los turistas culturales ya no estaban confinados en el centro de la ciudad: estaban por todas partes. Richards (4) explica cómo los turistas y los lugareños empezaron a jugar al gato y el ratón. Los turistas ansiosos de tener una experiencia auténtica de la “vida cotidiana” iban en busca de los lugareños, y estos, cada vez más expulsados de sus lugares favoritos habituales por los turistas, buscaban lugares sin turistas. Entonces los turistas buscaban otros lugares “auténticos”, etc. Esto desplaza los focos culturales dentro de la ciudad, ya que los barrios cool se van pasando el testigo unos a otros. A menudo puesta en marcha por lugareños gentrificadores y por expatriados, la transición del café con leche al cappuccino también anuncia la llegada de turistas pioneros en busca de experiencias locales, a los que seguirá una cantidad cada vez mayor de visitantes.
El aumento, el cambio y la expansión del turismo en las ciudades tiene consecuencias importantes para el espacio público. Puesto que los visitantes suelen ir en busca de un estilo de vida más que de atracciones culturales específicas, el espacio público se convierte en el escenario en el que se consumen estos estilos de vida. Los turistas no solo consumen estos estilos de vida; también los transportan y reproducen. El movimiento norte-sur, predominante en la movilidad de los turistas europeos, ha sido fundamental en la importación de la cultura mediterránea de la calle a países como el Reino Unido y los Países Bajos. Conceptos de espacio público como La Rambla han sido globalizados tanto por los turistas como por arquitectos profesionales. La mediterranización del norte ha incluido la adopción del ya omnipresente cappuccino, los cruasanes y las tapas, además de las terrazas de los cafés al aire libre donde disfrutarlos. La reimportación de la imagen del turista del espacio mediterráneo ha transformado a su vez los espacios públicos de Barcelona, como corresponde a la pretendida capital del Mediterráneo(5) .
Consecuencias para el futuro
La pandemia ha subrayado la importancia del espacio público, lo que ha conllevado nuevas transformaciones. El cambio digital que implica el teletrabajo significa un descenso en la demanda de oficinas en el centro de la ciudad, lo que estimula una reevaluación del espacio público. En un primer momento, la pandemia fomentó nuevos usos del espacio público, como se observó sobre todo en las plazas convertidas en grandes terrazas de café y en las calles de coches cedidas a los peatones. Cuando los turistas vuelvan después de la pandemia, sacarán tanto provecho como los residentes locales de este nuevo espacio, reestableciendo la presión de los usuarios, lo cual requerirá nuevas adaptaciones entre los usuarios locales y los no locales.
Parte de la solución podría encontrarse en las nuevas tecnologías. En Ámsterdam, un sistema piloto suministró información a tiempo real sobre los niveles de masificación y espera en las principales atracciones turísticas, lo que contribuyó a dispersar a los visitantes hacia otros lugares. Por muy útiles que puedan ser estos sistemas, debemos asegurarnos de que la ciudad no se convierta en un gran parque temático, con un carril fast pass para los visitantes que más gasten.
La creciente fusión de los modos de producción y el consumo offline y online estimulada por la pandemia tiene asimismo consecuencias importantes para el espacio público y el turismo. El aumento de la conectividad digital del espacio público implica una mayor densidad de información y una fusión de las funciones. Los espacios públicos antes dominados por el ocio y los usos ceremoniales se convertirán en espacios de uso mixto: espacios de aparcamiento como salas de estar improvisadas, parques como gimnasios al aire libre, terrazas de café como lugares de trabajo para nómadas digitales. El creciente desdibujamiento de los límites de la vida offline y online acelerará la llegada del turismo 4.0, o el “e-turismo cultural”, que funde las redes urbanas, culturales y digitales. Los espacios públicos ya no serán únicamente el lugar de encuentros físicos entre diferentes grupos dentro de la ciudad, sino que constituirán el escenario de un diálogo entre ciudadanos móviles, inmigrantes y turistas, los cuales coproducirán su propio discurso por medio del viaje con la ayuda de TripAdvisor y otras plataformas.
El torrente de información de los medios sociales tiende a concentrar a la gente en los lugares mejor puntuados por otros usuarios. Esto significa que no se puede gestionar a los turistas por separado; todos los usuarios de las ciudades deberían ser guiados digitalmente para que actuaran de formas distintas. Las ciudades deberían pensar en estimular el uso co-creativo del espacio público, más que en gestionar la competencia por el espacio. El informe de la CGLU sobre las sinergias entre el turismo y las políticas culturales presenta a los turistas como un activo potencial, como una fuente de creatividad más que como simples usuarios de los recursos culturales. Deberíamos asegurarnos de que el turismo sea organizado de tal modo que maximice el dividendo creativo del aumento de la diversidad y aporte un incremento de masa crítica que respalde la cultura de nichos. Esto requiere pensar sobre el turismo, la cultura y la vida diaria como partes dependientes del ecosistema cultural de la ciudad, más que como intereses opuestos. Este pensamiento necesita un marco regulador fuerte que mantenga la naturaleza democrática del espacio público. Los lugares de la ciudad deberían seguir siendo esencialmente “espacios de confianza”, como afirmó Eduard Delgado de Interarts, lugares en los que distintos grupos reconozcan los derechos y deberes que implica el uso del espacio público. Si se logra tal cosa, será más fácil posicionar a los turistas como ciudadanos temporales más que como meros consumidores.
Notas:
(1) Garau, Pietro, Public Space: Think Piece, Barcelona: UCLG, 2014.
(2) Richards, Greg and Duif, L., Small Cities with Big Dreams: Creative Placemaking and Branding Strategies, New York: Routledge, 2018.
(3) Richards, Greg, Rethinking Cultural Tourism, Cheltenham: Edward Elgar, 2021.
(4) Richards, Greg, “El turismo y la ciudad: ¿hacia nuevos modelos?”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, no. 113, 2016, pp. 71-87.
(5) Richards, Greg, Placemaking in Barcelona: From ‘Paris of the South’ to ‘Capital of the Mediterranean’, MNNieuws, 12th September 2016: http://www.mmnieuws.nl/article/placemaking-in-barcelona-from-paris-of-the-south-to-capital-of-the-mediterranean.
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