«El espacio público siempre ha sido cuestionado, pero también está abierto a distintas interpretaciones culturales según el momento y el lugar».
Publicado en: One Hundred & One Hosannas for Architecture: A Chronicle of Architectural Culture in Millennial Ireland de Shane O'Toole (Gandon Editions, 2017).
Publicado por primera vez en The Sunday Times, 26 de marzo de 2006: 'Reclaiming the streets' (Recuperando las calles)
No es fácil encontrar un lugar donde sentarse en el centro de Dublín. Si quieres tomarte un café, tienes muchas opciones donde elegir. Pero si simplemente tienes ganas de sentarte y soñar o descansar las piernas entre tienda y tienda, mejor que te dirijas al paseo que hay junto al río. O que te acerques a un parque público. De lo contrario, no hay ni una sola silla o banco a la vista entre Parnell Square y St Stephen's Green. No es un gesto muy respetuoso con los peatones, pero el ayuntamiento dice que existe la percepción de que los bancos atraen a personas que no se mueven, y por lo tanto no son adecuados como mobiliario urbano.
El espacio público siempre ha sido cuestionado, pero también está abierto a distintas interpretaciones culturales según el momento y el lugar. Para algunos, como en América, donde incluso las aceras de las ciudades son de propiedad privada y pertenecen a los edificios que hay enfrente, es normal que el espacio público esté en manos privadas, mientras que para otros, el espacio público debe ser gratuito literal y psicológicamente. A principios de este mes, 400.000 personas desafiaron los elementos para ver el espectáculo anual de St Patrick desfilar por las calles de la capital. Sin embargo, no habían pasado ni tres semanas desde que las mismas calles habían sido testigo de una serie de disturbios tras suspenderse la marcha Love Ulster, dando lugar a escenas de anarquía.
Los acontecimientos recientes han centrado la atención en las cuestiones relacionadas con los espacios públicos en Irlanda. ¿Qué es el espacio público? ¿Está cambiando su naturaleza y, en caso afirmativo, cómo? ¿Seguirá siendo la arteria principal del comercio y un escenario para la protesta y las manifestaciones políticas o está destinado a convertirse en un futuro en un lugar de celebración y entretenimiento de masas? ¿Quién debe pagar? ¿Y, de todos modos, de quién es el espacio?
En Europa, la interpretación de lo que constituye el espacio público fue codificada en 1748 por Giambattista Nolli en su mapa de Roma, espléndidamente grabado, considerado por muchos uno de los documentos urbanos más importantes jamás creados. El mapa de Nolli muestra las estrechas fronteras entre el espacio público y privado dentro de la ciudad: al dar a las entradas, patios y espacios interiores de los edificios públicos el mismo tratamiento que a las calles y plazas, dibujó la envergadura real del escenario en el que transcurría la vida de los ciudadanos romanos. Los primeros mapas de Dublín del Servicio Oficial de Cartografía (Ordnance Survey), publicados en 1847, siguieron el ejemplo de Nolli y plasmaron con precisión las plantas bajas de prácticamente todos los edificios públicos, incluidos bancos, escuelas e iglesias. (Los 33 mapas a gran escala representan Dublín 40 años después del Acta de Unión, cuando la metrópoli hibernia creada por los georgianos pasó de ser la segunda a la décima ciudad del Reino Unido).
Ahora, como entonces, nuestro espacio público no es homogéneo. Incluye parques y edificios, además de calles y plazas; su propiedad puede ser pública o privada, y la naturaleza de nuestro acceso a él puede variar considerablemente. Por lo general podemos acceder solo mediante permiso. El Trinity College, con su imponente estructura de plazas y pasajes, es un buen ejemplo. Otro es el Setanta Centre, donde se puede leer en un letrero: “Los propietarios autorizan al público a utilizar los pasadizos de este edificio desde Nassau Street hasta Setanta Place y viceversa dando por sentado que no se les exigirá ninguna responsabilidad por lesiones, pérdidas o daños y siempre sujeto a su derecho de revocar este permiso en cualquier momento".
Algunos espacios públicos pueden ser desposeídos o privatizados, como sucedió recientemente con la embajada americana en Ballsbridge y el Banco Central en Dame Street, que desaparecieron detrás de unas altas verjas. Los Jardines Rotunda del siglo XVIII en Parnell Square hace ya mucho que quedaron eclipsados por las distintas fases de desarrollo del hospital, aunque ya se han propuesto planes para su restauración. Merrion Square abrió como parque público en 1974 cuando la Archidiócesis de Dublín abandonó la idea de construir una catedral católica en el lugar (Fitzwilliam Square, por el contrario, sigue siendo privada). Los parques, durante mucho tiempo nuestros espacios públicos más preciados, tienen sus propios guardias de seguridad y cierran por la noche. Las ordenanzas municipales prohíben circular en bicicleta o pasearse por el césped.
Dichos límites en el uso del espacio público nos benefician a todos. Cuando los parques cambian de naturaleza pueden pasar décadas hasta que se endereza la situación, como sucedió por ejemplo en Eyre Square (Galway), donde en los años sesenta se quitaron las verjas en un desacertado gesto "democrático" que tuvo consecuencias desastrosas. En las últimas décadas, Eyre Square se ha convertido en un imán para las conductas antisociales. Los nuevos espacios públicos son cada vez más apolíticos, creados como parte del desarrollo comercial y dedicados al consumo: de Powerscourt Townhouse y St Stephen’s Green a The Square en Tallaght y Dundrum Town Centre, que atrajo a 75.000 visitantes el día en que abrió sus puertas el año pasado. Se trata de una vieja idea que perdura: el centro comercial cerrado fue inventado por Victor Gruen, posiblemente el arquitecto más influyente del siglo XX, en Southdale, a las afueras de Minneapolis, en 1956. Gruen dispuso las tiendas en dos niveles, comunicados mediante escaleras mecánicas. En el centro colocó una especie de plaza mayor, un “patio ajardinado” bajo una claraboya. Todavía se sigue construyendo esta fórmula ganadora que proporciona seguridad, comodidad, higiene y simplicidad.
Quizá no hayamos sucumbido todavía al nirvana del consumo privado que es Daslu, el complejo de tiendas de lujo de São Paolo, donde, como los ricos no caminan, no se puede entrar directamente a pie desde la calle sino que hay que hacerlo en coche (o helicóptero) y pasar por un control de seguridad, pero Dundrum Town Centre deja entrever algunas de sus características menos atractivas: es una ciudad amurallada autorreferente, separada del corazón arrasado de la ciudad de Dundrum por un foso de tráfico. En cambio, los desarrollos comerciales del núcleo urbano en general han procurado ampliar la red circundante de conexiones urbanas para crear nuevos recorridos peatonales. Un ejemplo es la nueva tienda Habitat de Dublín, que une Suffolk Street y College Green, facilitando un atajo casual que deja toda la planta baja de la tienda a la vista de los transeúntes.
Pero las compras por sí solas no pueden salvar la ciudad. A finales de los ochenta, las autoridades del mundo desarrollado se dieron cuenta de que, si las ciudades querían sobrevivir y progresar haciendo frente a las presiones de la periferia y al incremento en el número de coches, no podían limitarse a ser simples lugares de producción, consumo e intercambio intelectual. Tenían que convertirse en escenarios que atrajeran a las personas, una necesidad que se ha intensificado con la creciente riqueza y el acceso a vuelos baratos. Las ciudades tienen que ser teatros para la vida pública, no solo máquinas de producción. La ciudad debería ser cuidada y conservada como una obra de arte o, si se prefiere, gestionada como un gran teatro.
El modelo que se adoptó fue otra institución de la posguerra: el primer parque temático. Main Street, EE.UU. —dos calles cortas en medio de un fascinante clima de nostalgia de cambio de siglo, con el aroma de galletas recién horneadas flotando en el aire— se inauguró en Disneyland, en California, el 17 de julio de 1955. Todas las ciudades prósperas de Europa y Estados Unidos aprendieron la lección, desde Barcelona, con su infinidad de pequeños espacios públicos y su apoyo a los espectáculos callejeros, hasta Nueva York, donde Central Park dio un giro durante la última generación pasando de ser un espacio municipal antisocial a un lugar de acontecimientos públicos, gestionado y programado por una fundación privada, el Central Park Conservancy.
El espacio público se puede recuperar para revitalizar la vida económica y social de las áreas urbanas, pero debe ser seguro, cómodo y respetuoso con los peatones. Es la motivación que hay detrás de Temple Bar, O’Connell Street, los nuevos puentes sobre el Liffey, el Boardwalk y la propuesta de Grand Canal Square en los Docklands, en Dublín, con una arquitectura que huye de la nostalgia. Es lo que impulsa la animación de nuestros espacios públicos, ya sea el maratón de la ciudad, los espectáculos de fuegos artificiales como el Skyfest o el programa anual de artes públicas de Temple Bar, Diversions. Las ciudades saludables requieren un cuidado y una atención constantes. Y una reinvención continua: la ciudad como espectáculo en vez de como parque temático.
¿Qué implicaciones tiene para el espacio público? Actualmente, en Irlanda, la palabra público es casi como una palabrota. Se menosprecia el sector público mientras que se ensalza el sector privado. El transporte público no es atractivo. Nadie que pueda permitirse una mutua privada utilizará el sistema sanitario público. Las implicaciones parecen evidentes. Si el espacio público quiere triunfar, debe ir adoptando cada vez más los gestos del espacio privado. De esta manera la sociedad irlandesa tendrá el espacio público que quiere o, como mínimo, que se merece.
Shane O'Toole | Traducción: Ester Gómez