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27 abril 2020

Comunalizar la ciudad: del consumo al cuidado

Ambrogio Lorenzetti , ‘Allegory of Good and Bad Government’

La peste de 1347 significó el final del experimento comunal de Siena. ¿Puede la actual pandemia animarnos a repensar las ciudades como lugares de cuidado?

En 1338, Ambrogio Lorenzetti pintó al fresco la sala del consejo municipal del Palacio Comunal de Siena con La alegoría del Buen y el Mal Gobierno, que ofrece una de las representaciones más antiguas de la idea de civilidad en el mundo occidental. 1 Siete siglos después, los frescos parecen constituir una especie de cuento admonitorio; aunque se puede sostener que nuestras ciudades son más democráticas y menos violentas que la Siena medieval, una relectura cuidadosa de la Alegoría podría revelar que los espacios públicos contemporáneos se parecen mucho más a la escena llamada «Efectos del Mal Gobierno» que a su pareja positiva. Los espacios al aire libre de las ciudades contemporáneas, no solo en Europa sino en el mundo entero, padecen a causa del abandono de las autoridades públicas que tienen que pagar su mantenimiento, y aún más a causa de la reducción de su significado social y político, al convertirse, en el mejor de los casos, en receptáculos de la venta al por menos y, en el peor, en lugares que hay que evitar en la época del Covid-19. En la raíz de estas dificultades del espacio público se halla una crisis de la esfera pública que actualmente se ha convertido casi en un lugar común en el debate arquitectónico. No obstante, creo que el concepto de esfera pública es algo históricamente construido, y, más específicamente, construido por la ideología del estado nación moderno, que trataba de establecer una clara separación entre lo público y lo privado que no existe en muchos contextos no europeos, ni tampoco en la Europa premoderna. Negarse a reconocer la necesidad de que esta noción de lo público cambie (y tal vez desaparezca) no resolverá el amplio anhelo de más comunicación, más transparencia y más justicia social que tendemos a traducir como una reclamación de más «esfera pública», a falta de un término mejor. En cambio, tal vez merezca la pena considerar qué hace que un espacio público sea confortable y abierto a la interacción social sin prejuicios, sin predeterminar el papel del estado. Sospecho que en los últimos años la cultura eurocéntrica se ha obsesionado con la idea de recuperar la esfera pública ―es decir, la intervención del sector público sobre el espacio de la ciudad― en lugar de mirar más allá en busca de nuevos modelos de convivencia en el espacio de la ciudad. De hecho, podemos sostener que las culturas que no tienen un concepto tan rígido de la esfera pública a veces produjeron unos entornos urbanos sumamente agradables y adaptables.

En mi opinión, la categoría fundamental que está en juego en la existencia de un espacio público compartido es el cuidado, es decir, el sentido de la responsabilidad que los ciudadanos deben tener los unos con los otros y con el mundo que los rodea. Mi crítica primordial al concepto del espacio público que hemos heredado de la ciudad europea postrenacentista es que esta idea del cuidado se transfiere del ciudadano al estado, al completo; el estado se convierte en el vehículo de todas las formas del cuidado para el entorno construido (y no construido), una estrategia que pareció eficaz durante mucho tiempo pero que ahora, a la vista de una crisis ecológica sin precedentes, está mostrando sus límites. Esto es especialmente evidente en cuanto al agotamiento de los recursos naturales, pero, en una escala menor, creo que se halla también en la raíz del abandono dramático de nuestros espacios «públicos», que padecen las consecuencias de que los ciudadanos actúen con ellos como consumidores pasivos en vez de como administradores conscientes.

Los «Efectos del Mal Gobierno» y los «Efectos del Buen Gobierno» de Lorenzetti representan la misma ciudad, que es una versión reconocible de Siena; de hecho, ambos representan un espacio público, posiblemente la Piazza del Campo vista desde las ventanas de la sala del consejo municipal. Aunque abundan las figuras (tanto realistas como alegóricas), el espacio urbano compartido es el verdadero protagonista de los frescos, y la diferencia principal entre los dos es el estado de abandono y desorden que distingue las calles y plazas del «Mal Gobierno». Es un paisaje espectral, caracterizado por el vacío de las ventanas oscuras y abiertas de sus edificios abandonados. Por el contrario, los «Efectos del Bueno Gobierno» es una celebración de los pequeños actos de amor y cuidado: desde un grupo de albañiles que reparan o amplían un edificio hasta las macetas de flores y las jaulas de pájaros que aparecen en la mayoría de los alféizares de las ventanas. El espacio representado en el fresco es lo que llamamos un espacio «público», en el sentido de que es un entorno urbano al aire libre bajo la jurisdicción del gobierno municipal; sin embargo, no hay indicadores explícitos de la esfera pública, ni mobiliario ni iluminación urbanos, ni policía ni señalización, ni siquiera pavimento. Lo que se ha pintado es un entorno de convivencia pública, más que de autoridad pública: los ciudadanos cuidan personalmente de sí mismos y de los demás, como vemos en las numerosas actividades que tienen lugar en los soportales bien mantenidos que bordean las calles. Las clases de la escuela, los oficios y el comercio ocupan esa zona gris que no es ni «privada» ni «pública» y que, sin embargo, se puede considerar completamente cívica en cuanto a su uso y percepción.

La peste de 1347-1348 no solo mató al propio Lorenzetti: también se llevó por delante el incipiente sentido del compromiso cívico que había inspirado su obra. 2 Tras una pandemia terrorífica, las estructuras políticas y económicas se volvieron cada vez más asimétricas y rígidas, y se formó una élite en torno a las familias terratenientes y banqueras. Un espíritu contrarrevolucionario se adueñó de Siena, una ciudad que durante el último siglo había experimentado una ampliación sin precedentes de la participación política. 3 Antes de la peste, la más alta autoridad política de la ciudad era ocupada por 54 ciudadanos cada año; como estos cambiaban todos los años, y la ciudad contaba un total de 40.000 habitantes, un ciudadano varón tenía aproximadamente un veinte por ciento de posibilidades de ejercer esa función una vez en su vida, por no hablar del gran número de otros cargos existentes. Las restricciones del censo eran relativamente escasas, y solo la aristocracia estaba oficialmente excluida de la vida política; también se podía elegir a los inmigrantes, siempre que pagaran los impuestas y tuvieran su domicilio en Siena. De hecho, en 1300 casi la mitad de los habitantes de las comunas italianas había nacido en otro lugar, 4 lo que demuestra un grado considerable de movilidad y apertura. Si obviamos la deplorable situación de las mujeres, la Siena de Lorenzetti constituía un modelo prometedor de gobierno participativo, y era precisamente la participación lo que hacía «bueno» su gobierno.

Este esfuerzo cívico iba a llegar a su fin después de la peste; la armonía social plasmada por Lorenzetti no sobrevivió a los estragos de la pandemia, que agravaron las desigualdades económicas y reforzaron al sector más rico de la población. Los procesos participativos que habían conformado el espacio urbano de Siena antes de la peste exigían tiempo, energía y recursos, pero la pandemia provocó una redirección radical de dichos recursos, lo que precipitó el regreso a una forma mucho más estricta de poder oligárquico.

Por esta razón, la idea original de lo que constituye un «Buen Gobierno» se volvió en los siglos siguientes cada vez más opaca, llegándose a imponer la impresión de que un buen gobierno es el que dirige con mano firme la vida de las personas: un gobierno marcadamente público. En cambio, aquella idea no tenía nada que ver con el gobierno de arriba abajo, y se basaba completamente en la participación. El concepto político que describe más exactamente este proceso es la «comunalización», un compromiso activo en el cuidado de los recursos compartidos que ha sido ampliamente teorizado en las últimas décadas per pensadores que van de Elinor Ostrom 5 a Massimo de Angelis. 6 Es un proceso que entraña formas de responsabilidad personal que borran la distinción entre lo privado y lo público. Creo firmemente que debe restituirse este sentido de la agencia y el cuidado si queremos crear espacios urbanos que sean valiosos para sus usuarios; que la posibilidad del compromiso directo, o incluso el deber del compromiso directo, es un requisito imprescindible para que las calles y las plazas sean algo más que meros conductos para la circulación.

Esto solo será posible si se fomenta una escala más granular de agregación social no oficial, complementaria a la administración pública oficial: las asociaciones vecinales, los sindicatos de barrio y las comunidades locales pueden ser actores eficaces en ese terreno.

Tengo dos motivaciones finales para abogar por el espacio «común» como una alternativa al espacio «público», una social y otra arquitectónica. Desde un punto de vista social, mi escepticismo ante las formas de la esfera pública fomentadas por el estado nación está motivado por el hecho de que mientras que los estados protegen y ayudan a algunos de sus ciudadanos, también han funcionado históricamente como máquinas de producir asimetrías, construyendo y naturalizando jerarquías raciales, sociales y de género. Los espacios comunales, en cambio, no funcionan creando categorías, sino más bien mediante la simple presencia y participación, hasta el punto de que la Siena premoderna podía ser bastante inclusiva con los recién llegados (aunque todavía estaba lo bastante estructurada como para excluir a las mujeres y a las personas extremadamente pobres).

Por último, desde un punto de vista arquitectónico, lo que me parece perdurablemente atractivo en el «Bueno Gobierno» de Lorenzetti es que los edificios no tienen que ser todos iguales para que el espacio urbano tenga forma y carácter. En el fresco podemos observar una variedad de estilos, lenguajes y materiales, lo que muestra que los procesos de comunalización deben permitir la expresión individual. Y, con todo, existe un «proyecto» subyacente en el modo en que dichos edificios están colocados alrededor de la Piazza del Campo y la Via dei Banchi; existe un esfuerzo compartido para construir un entorno que sea algo más que la suma de las partes, y cuyo funcionamiento no requiera la neutralización del carácter de las partes. Como diseñadora, me parece que este carácter de los espacios comunales tiene un gran interés, por cuanto su forma ofrece un índice legible de un lento proceso de convivencia, más que de una imposición lineal de un diseño.

No hay ninguna receta para construir un espacio comunal; sin embargo, el primer paso que podemos dar en esa dirección consiste en cambiar nuestra actitud frente al espacio «público», pasando del consumo al cuidado. El resultado a largo plazo podría estar lejos de la monumentalidad y cohesión del espacio público occidental tal como fue concebido del Renacimiento en adelante; pero ya es hora de que la arquitectura se abra a modelos alternativos de lo público. La pandemia de 1347 significó el final del experimento comunal de Siena; sería una bella vindicación que la pandemia de 2020 desplegara, por el contrario, nuevas energías para repensar los espacios de nuestras ciudades como lugares de cuidado más que como lugares de consumo.

 

1 Algunas lecturas fundamentales sobre los frescos de Lorenzetti son Nicolai Rubinstein, «Political Ideas in Sienese Art», en Journal of the Warburg and Courtauld Institutes 21, no. 3-4 (jul.-dic. 1958), pp. 179-207; Quentin Skin­ner, «Ambrogio Lorenzetti: The Artist as Political Philosopher», en Proceedings of the British Acad­emy LXII, pp. 1-56; Randolph Starn, Ambrogio Lorenzetti: the Palaz­zo Pubblico, Nueva York, George Braziller, 1994; Chiara Frugoni, «Immagini troppo belle: la realtà perfetta», en Una lontana città: sentimenti e immagini nel Medio­evo, Turín, Einaudi, 1983, pp. 136-197.

2 Sobre el trasfondo político de la obra de Lorenzetti véase Alois Riklin, Ambrogio Lorenzettis politische Summe, Berna, Stämpfli, 1996.

3 Sobre la vida política de la Siena del siglo xiii y comienzos del xiv véase Wil­liam M. Bowsky, A Medieval Italian Commune: Siena under the Nine, 1287 – 1355, Berkeley, University of California Press, 1981.

4 Marco Romano, La città come opera d’arte, Torín, Ein­audi, 2008, p. 10.

5 Elinor Ostrom, Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action , Cambridge, Cambridge University Press, 1990.

6 De Angelis, Massimo. Omnia Sunt Communia: On the Commons and the Transformation to Postcapitalism , Londres, ZED Books, 2017.

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