Lamentamos el fallecimiento de Dietmar Steiner, director del Architekturzentrum Wien de 1993 a 2016 y un viejo amigo del Premio Europeo del Espacio Público Urbano. Este arquitecto austríaco, sensible y consciente de la complejidad del hecho urbano fue el miembro más veterano del jurado internacional del Premio.
Nos ha dejado Dietmar Steiner, un viejo amigo del Premio Europeo del Espacio Público Urbano. Director del Architekturzentrum Wien de 1993 a 2016, el arquitecto austríaco colaboró de forma constante con el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona para hacer posible este certamen. Apostó por él en 2002, cuando aceptó formar parte de su jurado internacional a pesar de que por aquel entonces preguntarse por la calidad democrática de plazas y calles era todavía una aventura incipiente o, como mínimo, poco hegemónica. Mantuvo su compromiso hasta 2016, cuando dejó también la dirección del AzW, no sin antes allanar el camino para que sus sucesores siguieran creyendo en el Premio. A lo largo de todos estos años, se convirtió en el miembro más veterano del jurado y contribuyó en gran medida a que el certamen ganara reconocimiento y se hiciera un lugar en el mapa europeo. Siempre afable, elocuente defensor de sus posicionamientos, enriquecía los debates del jurado con las anécdotas propias de un hombre curioso, leído y viajado.
Dietmar Steiner amaba a Barcelona. La amaba críticamente, sin reírle las gracias ni obviar sus defectos. Durante sus estancias en el CCCB, siempre aprovechaba la ocasión para perderse por las calles del barrio del Raval. Le bastaba el tiempo de fumarse un cigarrillo o tomarse una cerveza para recoger alguna observación perspicaz. Algunas veces, recriminaba a la ciudad que no valorara suficientemente sus propias riquezas, encarnadas, según él, en la espontaneidad de un paisaje intenso y diverso; otras, la acusaba de excesiva formalidad, de arreglarse demasiado para los visitantes. En cualquier caso, siempre defendía que Barcelona es, dentro de Europa, un observatorio privilegiado a la hora de reconocer las debilidades y las fortalezas del espacio urbano. Fiel al espíritu del Premio, le gustaba reflexionar sobre la idea europea de ciudad. ¿Qué la distingue? ¿Qué queda de ella? ¿Qué le falta?
Nunca se cansaba de repetir que si hay algo propio de la ciudad europea es que «está hecha para los peatones».Tal vez por ello, defendió con vehemencia que el Premio reconociera la pacificación de la Exhibition Road (Londres, mención especial en la edición de 2012), una intervención que entiende la calle como una «superficie compartida» donde los conductores son los que deben ralentizar la marcha y deben prestar atención a los que pedalean o caminan. También fue muy favorable a premiar la pacificación de las orillas del río Ljubljanica (Ljubljana, premio ex aequo de la edición 2012), arrebatadas al coche y devueltas a los paseantes.
Consciente de que «la ciudad de los peatones» solo es posible bajo determinadas condiciones morfológicas, defendía la compacidad del tejido urbano, la densidad del tejido social. Contra la dispersión urbana que destroza los suburbios americanos, apostaba por una Europa de ciudades compactas. Contra la especialización social o funcional de grandes sectores urbanos, advocaba por una Europa de ciudades mixtas y diversas. Ciudades grandes, pequeñas o medianas, pero ciudades mixtas y compactas. Esta era su idea de ciudad europea, urbanita y atenta con el paisaje rural, que, según él, la arquitectura moderna no había sabido respetar. Tal vez por esto, le obsesionaba el deseo de que se produjera un renacimiento de la arquitectura. Frente a la arquitectura de la tabla rasa o la hoja en blanco, Steiner deseaba una arquitectura sensible con las preexistencias que tanto enriquecen Europa. Y, como siempre, una anécdota aderezaba su tesis. Según él, Blade Runner nos enseñó que la ciudad del futuro ya está construida, que no volveremos a ver utopías levantadas de la nada, sino negociaciones con las decisiones que los antepasados tomaron mucho antes que nosotros.
Admirador de la armonía de la clásica plaza europea, sostenía que el principal riesgo del espacio público es que cambie de forma. A pesar de ello, se mostraba dispuesto a que la «nueva arquitectura» —la próxima arquitectura— explorara sus propias soluciones formales. A fin de cuentas, en su opinión, la calidad del espacio público va más allá de la materialidad. Depende, también, de determinadas condiciones políticas, como la titularidad, la representatividad, la libertad de acceso o el abuso de poder. Después de discutirlo con Manuel de Solà-Morales, presidente del jurado en la edición de 2008, que nos dejó unos años antes, estaba dispuesto a aceptar que un estadio de fútbol o un centro comercial pueden llegar a entenderse somos espacios públicos, aunque sea preciso pagar para acceder a ellos o que su vigilancia no esté sometida a un control democrático. El espacio no es público porque lo diga su propietario sino porque la gente que se reúne en él así lo considere. Tal vez por eso mostraba tanta simpatía por los edificios, tanto públicos como privados, que tienen el gesto de ofrecer su cubierta a la ciudad, como superficies accesibles o transitables. Es el caso del Palacio de la Ópera Noruega (Oslo, premio ex aequo en la edición de 2010), que defendió a pesar de sus reticencias hacia las estrellas de la arquitectura, entre las que se podría incluir a los autores.
En efecto, Dietmar Steiner era reticente al star system que iluminó la arquitectura de los noventa. Se mostraba crítico con la idea de que los arquitectos se consideren artistas. «Antes, el edificio estaba en primer plano y el arquitecto en segundo plano» pero, «a finales de los ochenta, esto se invirtió», se quejaba. Tal vez por ello anhelaba una nueva arquitectura. Una arquitectura con consciencia social. Una profesión que repartiera oportunidades entre arquitectos jóvenes o periféricos. Arquitectos sensibles, valientes y conscientes de la complejidad del hecho urbano. Arquitectos como tú, amigo Dietmar Steiner.