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14 julio 2021

Un aquí más salvaje

©  Sarah Mineko Ichioka

Las ciudades ofrecen una esperanza de reconciliación entre distintas comunidades de humanos y entre nosotros y otras especies.

La lección que la vida impone constantemente es “Mira bajo tus pies” […]. El atractivo de lo distante y lo difícil es engañoso. La gran oportunidad se encuentra allí donde estás. No desprecies tu lugar y tu hora. Cada lugar es el centro del mundo.

John Burroughs

Desde inicios de 2020, muchos de nosotros nos hemos quedado atrapados en nuestro lugar de residencia. En tal situación, los sutiles y constantes ritmos del mundo que gira a nuestro alrededor, o los de las estaciones que se despliegan bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas, han ofrecido un contraste más evidente con las vidas digitales que parpadean y se extienden en las pantallas de nuestros dispositivos. Trabajando desde el confín de mi casa en Singapur, me siento más fascinada que de costumbre por la naturaleza de mi ciudad. Cuando salía a hacer ejercicio, me unía a muchas otras personas que gozaban de la llegada de las flores silvestres y las mariposas a las cunetas, después de haber dejado de cortar la hierba durante el período del confinamiento, y que esperaban que se permitiera que esta vida salvaje redescubierta se permaneciera con nosotros (1)

Ciertos grupos de personas, como los mayores y los niños, cuyos movimientos están más limitados localmente incluso en condiciones “normales”, ya interactúan estrechamente con sus ecosistemas locales. Cada mañana, veo a mi vecina de ochenta y tantos años en la acera, sumida en sus quehaceres o recuerdos, o, lo que es más probable, en el entrelazamiento de ambas cosas. Llena una bolsa de plástico con flores de guisante azul que coge de las enredaderas silvestres que cubren la baranda del lugar donde nuestra calle cruza un canal de agua pluvial: esas flores se convertirán en una infusión o en colorante para pasteles. Para ir a la guardería, mi hija va caminando por el sendero que bordea ese mismo canal. Suele detenerse para descubrir en el agua el frenesí de los peces que se alimentan y se pelean. En una barandilla o una azotea, a veces ve una garceta o una garza al acecho de su desayuno.

Los vínculos existentes entre el contacto con la naturaleza y el bienestar humano es un fenómeno bien conocido. La biofilia, teoría de 1979 del biólogo Edward O. Wilson según la cual la humanidad tiene un deseo instintivo de interactuar con la naturaleza, ya forma hoy parte de la cultura popular. Entre los ejemplos de la investigación que demuestran los beneficios del contacto con la naturaleza suelen citarse los tiempos de recuperación de los pacientes cuyas habitaciones tienen vistas con vegetación, unos tiempos más breves que los de aquellos que ven una pared desnuda, y el hecho de que un paseo por un parque tiene un mayor efecto de reparación psicológica que andar por una calle atestada de gente.

¿Existe acaso una tensión entre la atracción innata y saludable que sentimos por la naturaleza salvaje y el imperativo medioambiental de vivir en entornos densos, en ciudades? Actualmente, en las noticias se habla mucho de cómo la pandemia ha acelerado la huida de algunas de las ciudades más icónicas del mundo, como Londres y Nueva York, a la periferia y más allá de ella. Podría discutirse si este fenómeno forma parte de un éxodo urbano de mayores proporciones y a más largo plazo (2) ), pero incluso una tendencia más suave hacia la suburbanización ―o en el caso de los ricos, la búsqueda de refugios rurales― se opone al consejo de los científicos quienes sostienen que nuestra esperanza de conservar un planeta habitable depende de una rápida y drástica reducción de la huella ecológica provocada por las actividades humanas. Del mismo modo que no existe ninguna “otra parte” a la que podamos tirar nuestra basura, “escapar” de la ciudad amenaza con expandir nuestros problemas humanos sobre una mayor extensión de terreno. Como los epidemiólogos nos han recordado en el caso de los brotes de enfermedades contagiosas, desde el ébola hasta la covid-19, invadir los refugios cada vez más pequeños de otras especies las pone en peligro al igual que a nosotros.

“Resilvestrar” implica restablecer un paisaje previamente alterado por la gente. Este concepto ha llegado a la imaginación popular a través de historias como Wilding (2019), la crónica de Isabella Tree sobre la transformación de la finca de su familia en la Inglaterra rural, y Feral (2017) de George Monbiot. Estos dos relatos han convencido a muchos lectores del gran potencial que tiene la recuperación de la tierra agotada, y también han contribuido a difundir el conocimiento del papel crucial que los grandes mamíferos no humanos tienen en las cascadas tróficas que modelan los ecosistemas dinámicos.

¿Cómo cambian las dinámicas de la resilvestración cuando se transfieren de espacios desde los que los humanos se han retirado voluntariamente ―como las antiguas tierras de cultivo, las regiones desindustrializadas o los parques nacionales― hasta lugares donde los humanos todavía desean coexistir densamente, esto es, a las ciudades? Puede que a algunos la “resilvestración urbana” les parezca un oxímoron. En el contexto norteamericano, según he podido ver, la resilvestración se relaciona con la visión de un colapso social inevitable (según el concepto de la “adaptación profunda”), una relación que muchas veces contiene ecos incómodos del proyecto de los colonos pioneros y del ambicioso ―pero a menudo “ingenuo”― movimiento de “vuelta a la tierra” de las décadas de 1960 y 1970. En algunos foros se difunde la opinión de que las ciudades, y en algunos casos la propia civilización, son la raíz de todos los problemas humanos.

Por el contrario, en nuestro nuevo libro, Flourish: Design Paradigms for Our Planetary Emergency (2021), Michael Pawlyn y yo afirmamos que tenemos que aceptar la realidad de nuestra interdependencia tanto con pueblos distintos como con otras especies, mientras ayudamos a nuestras ciudades a evolucionar para que puedan apoyar activamente dicha realidad. En Flourish exploramos esta y otras formas en que los diseñadores y los clientes del diseño pueden apoyar la transición desde la arrogancia y la ansiedad del Antropoceno hacia la aceptación y reintegración del Simbioceno. Este último concepto fue acuñado en 2011 por el filósofo medioambiental Glenn Albrecht, que posteriormente observó que “algunos humanos lo han hecho bien en la simbiosis de corto plazo que desafía nuestro gigantismo industrial y nuestros monocultivos, pero ha llegado el momento de que toda la humanidad se reintegre a la diversidad y la unidad del resto de la vida” (3)

¿Qué aspecto tiene la resilvestración en nuestras calles y espacios urbanos? En contextos urbanos densos, donde es funcional o políticamente imposible reintroducir a otros grandes mamíferos a gran escala, los humanos tendrán que intervenir activamente para ayudar a que el paisaje evolucione. Para algunos, eso podría significar la reintroducción deliberada de especies autóctonas de plantas y animales a los espacios urbanos. El plan de introducir en Barcelona panales de abejas, torres donde puedan anidar murciélagos y abejas, y de plantar una vegetación respetuosa con los insectos ofrece un ejemplo de este método. En mi uso del término, la resilvestración urbana también entraña aceptar el surgimiento espontáneo de nuevas plantas cuyas semillas han sido transportadas por el aire o por animales, y evitar o reducir de forma significativa tanto las operaciones de segar, podar y escardar como el uso de pesticidas. Este planteamiento puede observarse en los experimentos de resilvestración llevados a cabo por Yun Hye Hwang en varios lugares de Singapur, entre los que se encuentran una azotea y los prados de un campus universitario (4)

Para asegurar un impacto sustancial en los sistemas urbanos, estas pequeñas medidas deben ser respaldadas por políticas más amplias que integren la naturaleza como un factor esencial del urbanismo con las decisiones de gestión, y, de forma crucial, a través del apoyo ciudadano. Tanto el plan de la Ciudad en la naturaleza de Singapur, desvelado en 2020 (5) ), como los planes de “renaturalización” de Barcelona recientemente anunciados (6) ), son el resultado de un trabajo comenzado mucho antes de que nos golpeara la pandemia. Sin embargo, los beneficios tangibles que la naturaleza urbana aporta al bienestar de los que se han quedado “atrapados” en esas urbes sin duda han ayudado a convencer a muchos sobre su necesidad tanto en estas dos como en otras ciudades de todo el mundo.

La resilvestración expande y enriquece la agenda ecológica para los espacios públicos urbanos. Pistas deportivas y zonas de recreo, carriles bici y granjas urbanas son todos ellos importantes para el futuro de las ciudades, pero sería un error considerar que todo esto sustituye los espacios más silvestres. Como Charles Montgomery afirma en Happy City (2014), los árboles y los prados de los espacios bien cuidados y ordenados que los humanos dicen preferir mirar puede que no aporten un beneficio tan grande para el bienestar como las formas de naturaleza más silvestres. Además, permitir que la naturaleza más “silvestre” entre en nuestras ciudades puede ayudar a construir una sociedad más simbiótica con la naturaleza mediante ciclos de influencia generacionales: los investigadores han constatado que la exposición directa a la naturaleza durante la infancia está relacionada con actitudes y prácticas de conservación en la vida adulta (7)

En su libro Down to Earth (2018), Bruno Latour defendió la necesidad de reorientar la política hacia “lo terrestre”. Esta tesis despertó el interés de muchos lectores, aunque no ofrecía ejemplos claros de lo que podía significar en la práctica. Otro motivo por el que la proximidad a la naturaleza salvaje es importante para los habitantes de las ciudades es que nos ofrece metáforas y modelos para los sistemas humanos y nuestro futuro social.

En esta época que nos exige cambiar nuestra forma de estar en el mundo, necesitamos metáforas y modelos inspiradores. En nuestro nuevo libro Flourish, Michael Pawlyn y yo animamos a los lectores a dirigir una mirada más profunda a la naturaleza para encontrar modelos de un diseño verdaderamente regenerativo. En un ejemplo muy gráfico que nos parece iluminador, el botánico, profesor y escritor Robin Wall Kimmerer observa la rica vida social de una planta local, la amelanchier, y descubre una metáfora que nos ayuda a imaginar una nueva economía basada en la “gratitud y la reciprocidad”, en el principio de la abundancia, más que en el de la escasez. (8)

Miembro de la Citizen Potawatomi Nation, Kimmerer es una de las muchas voces recordándonos que un sinfín de comunidades han practicado la administración simbiótica de sus paisajes coevolucionados durante generaciones. Cualquier intento serio de resilvestrar o restaurar la ecología debe unirse al reconocimiento y aprendizaje de las sofisticadas relaciones existentes entre los pueblos indígenas y sus paisajes. Estudios más profundos de las prácticas específicas de gestión de la tierra por parte de los indígenas, como el Black Emu (2018) de Bruce Pascoe en Australia y el Tending the Wild (2013) de M. Cat Anderson en California, ofrecen otros ejemplos de formas de vida íntimamente entrelazadas con el lugar.

Más allá del reto de (re)adquirir un conocimiento local profundo, la resilvestración en el contexto de las ciudades contemporáneas tendrá que hacer frente a otras dificultades como la intensidad de uso, los microclimas de ruido producido por el hombre, la contaminación del aire, el efecto de isla de calor de las ciudades, las superficies impermeables, etc. Resulta tentador buscar analogías con los desafíos de cultivar la coexistencia humana en contextos urbanos densos, las turbulencias y los riesgos de la estrecha interacción entre personas de distintos orígenes y prácticas culturales.

La resilvestración ofrece un modelo nuevo y muy prometedor para la industria del paisaje. Del mismo modo que hemos pedido a algunos de los miembros más vulnerables de nuestras sociedades que limpien nuestros retretes y sacrifiquen a nuestro ganado, suele concebirse el trabajo en el paisaje como un trabajo manual no especializado donde solo cuenta la fuerza bruta. Desmarcándose claramente de esta concepción, durante el desarrollo de sus proyectos de resilvestración, Hwang enseñó a los trabajadores del paisaje a identificar ciertas plantas para tratarlas con especial cuidado (en el caso de las especies en riesgo) o para gestionarlas de forma adecuada (el caso de las enredaderas que crecen muy deprisa y ahogan otras plantas). Este es un paso pequeño pero importante para el avance desde un sistema de control hasta un sistema de cuidado.

En un tiempo en que tanto el nacionalismo étnico como la pérdida de biodiversidad amenazan muchos puntos del planeta, las ciudades ofrecen una esperanza de reconciliación entre distintas comunidades de humanos y entre nosotros y otras especies. La naturaleza dinámica y heterogénea de las ciudades también puede permitir un tipo de resilvestración que se deshaga de los viejos conceptos de especies “autóctonas” e “invasoras” y celebre los procesos de negociación, adaptación y mezcla.

A los cínicos puede que esto les parezca una fantasía romántica. Pero se ha abierto una ventana de oportunidad: varios gobiernos municipales están articulando programas de resilvestración y los medios de comunicación convencionales están divulgando el concepto. Es nuestra oportunidad para dar un salto que vaya más allá de una concepción de la naturaleza basada en los “servicios del ecosistema”, una visión que continúa subyugando la Tierra y otras especies al servicio del ser humano. Es nuestro momento para actuar a partir del principio conocido de que los humanos somos más que protectores “biofílicos” de la naturaleza: somos una parte inextricablemente integrada en el todo de la naturaleza. En esencia, debemos resilvestrar nuestra autoimagen.

Para hacerlo, tendremos que invertir nuestras tendencias egocéntricas y antropocéntricas, aprendiendo a vernos a nosotros mismos en otros pueblos, otras criaturas y otros sistemas. Los habitantes de las ciudades, como mi vecina que recoge flores y mi hija que mira los peces, encuentran recursos y alivio allí donde muchos de los demás no miramos porque estamos demasiado ocupados o distraídos. Si miramos a nuestro alrededor con más cuidado y más curiosidad, ¿cómo podrían tantas otras formas de vida que hunden en el suelo sus cuerpos, sus raíces, sus micelios, sugerirnos nuevas formas de integrarnos en nuestros espacios urbanos en esta era incierta? Estar “atrapado” en un lugar no tiene por qué significar inmovilidad: también puede significar enraizarnos para poder florecer.

 

1.https://www.channelnewsasia.com/news/commentary/covid-19-circuit-breaker-grass-cut-frequency-biodiversity-nparks-13013956.

2.https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-09-16/the-truth-about-american-migration-during-covid.

3. https://theecologist.org/2019/feb/27/after-anthropocene.

4.https://blog.nus.edu.sg/urbanwildlab/

5. https://www.channelnewsasia.com/news/singapore-to-plant-1-million-trees-develop-more-gardens-and-12500858.

6. https://www.theguardian.com/environment/2021/jan/31/bat-boxes-greened-streets-and-insect-hotels-barcelona-embraces-its-wild-side-aoe.

7. https://research.childrenandnature.org/research-library/ is an excellent portal for research in this area.

8. https://emergencemagazine.org/story/the-serviceberry/

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