El autor reflexiona sobre el Premio Europeo del Espacio Público Urbano, desde su experiencia como miembro del jurado desde 2002.
Estos últimos diez años del certamen bienal del Premio Europeo del Espacio Público Urbano no sólo constituyen una prueba de lo mucho que se ha avanzado en lo que respecta a poder premiar unos logros arquitectónicos de carácter excepcional, sino que además han servido para acompañar el desarrollo discursivo de lo que ha significado el espacio público a lo largo de esta década. Ya desde sus inicios en el año 2000, surgió un proceso de cooperación cada vez mayor con otros institutos europeos de arquitectura. De este modo, tanto los ganadores como el propio Archivo han proporcionado una perspectiva única y muy representativa del desarrollo del espacio público urbano en Europa.
Como miembro del jurado desde el año 2002, trataré de describir el itinerario seguido por el premio y las actividades ofrecidas por el CCCB a modo de reflexión sintetizada dentro del debate europeo. Empecemos diciendo que no existe en Europa una ciudad equiparable con Barcelona en lo que a la ubicación para el discurso sobre el espacio público se refiere. El programa ahora legendario de los espacios públicos que se puso en práctica durante la década de los ochenta supuso, tras el bloqueo político de la dictadura de Franco, un acto de de liberación urbana que causó una sensación internacional, extendiéndose incluso más allá del ámbito de la arquitectura.
Por eso, ¿quién mejor que el CCCB, una institución única dedicada al exhaustivo desarrollo cultural e intelectual, para concebir y convocar un premio dedicado al espacio público urbano? Los numerosos y variados proyectos que se han ido presentado no han dejado de plantear al jurado varias cuestiones de carácter substancial: ¿En qué consiste en realidad el espacio público urbano en el nuevo milenio? ¿No ha desaparecido hace ya tiempo en el espacio de las comunidades virtuales y de comunicación de masas? ¿Será verdad que el espacio público se está dejando absorber cada vez más por el sector privado? ¿No se estará dejando domesticar y limitar por culpa de un número cada vez mayor de normas y regulaciones?
Solemos olvidar que no fue hasta la segunda mitad del siglo XX que el espacio público urbano se definió como un tipo de carácter generalizador. Anteriormente, la terminología del urbanismo comprendía únicamente conceptos como calles y plazas, parques y áreas de recreo. Prácticamente se limitaba a gestionar los espacios vacíos entre edificios, necesarios para cuestiones como la prevención de incendios y la iluminación. Además, en aquellos casos en que el espacio público se estudiaba y se planificaba desde el punto de vista de un «modelo» arquitectónico, lo que se procuraba era la representación del poder político —fuese este de carácter monárquico, fascista o comunista— y procurar así que la conducta de los usuarios de dichos espacios fuera dirigida y controlada. No fue hasta que se instauraron las reformas democráticas a mediados del siglo XIX que surgió la idea del espacio público «para todos», de «públicos cotidianos». Sin embargo, incluso este concepto se determinó y se modeló en función de unos rituales sociológicamente definidos, es decir, de unos rituales políticos.
Me atrevería a sostener, por tanto, que nunca ha habido ni habrá un espacio urbano libre en lo que a las acciones y representaciones del público se refiere. Al fin y al cabo, todos y cada uno de los espacios públicos, como queda patente en el «espacio social» del Internet, se determinan a partir de los rituales de la utilización, que forzosamente implican unos códigos de conducta, límites de acceso y procesos de exclusión. En una ocasión, el Presidente del Jurado, Manuel de Solà-Morales, abordó esta cuestión de forma contundente y diáfana: todos los estadios de fútbol son privados y, no obstante, todos los usuarios, aunque tengan que pagar para entrar, tienen la sensación de estar ocupando un espacio público.
Por consiguiente, no importa en realidad si el espacio público urbano se gestiona de forma pública o privada, ni si constituye un espacio real o virtual. Cada punto de acceso y actividad dentro de este espacio requiere una «negociación política». Las quejas izquierdistas a propósito de la creciente privatización del espacio público —la transformación de plazas en centros comerciales— no podrán resistirse a la realidad. Me siento en el restaurante de un centro comercial en Barcelona que da a un espacio público-privado. Pido una cerveza y me paso una hora leyendo un libro sin que nadie me moleste. Camino por el espacio público del Paseo de Gracia hasta que de pronto las fuerzas de seguridad públicas prohíben el paso por las aceras debido a una manifestación sin importancia. Mi conclusión: la utilización pública del espacio público no se reduce a una simple cuestión de relación abstracta con la propiedad, sino que se basa siempre en la forma en que se ejerce el poder en dicho espacio.
La cuestión de cómo definir el espacio público urbano es precisamente lo que los miembros del jurado no han dejado de plantearse durante la última década. ¿Es necesario que el espacio público sea abierto y exterior, o es posible que los edificios puedan considerarse también un espacio público? Incluso el legendario plano de Nolli de Roma (1748) muestra que los espacios públicos se extienden desde las calles y las plazas hasta los espacios interiores de los edificios públicos. Un mercado cubierto, una iglesia o un centro comercial ¿son espacios públicos? Rafael Moneo, Presidente del jurado que otorgó el premio del año 2010 al Palacio de la Ópera y el Ballet Noruegos , dio una justificación especialmente aguda con respecto a la flexibilidad del concepto del espacio público: el espacio público que ofrece la cubierta y el entorno del edificio enriquece tanto el espacio público de Oslo que la función que desempeña el edificio en sí dentro de ese contexto resulta irrelevante.
¿Qué valor debemos asignar a los proyectos arquitectónicos y artísticos que tematizan el espacio público de forma efímera o temporal? En efecto, estos proyectos han cobrado cada vez más importancia a lo largo de los últimos años. En su mayoría, se trata de proyectos artísticos participativos que transmiten una incertidumbre cada vez mayor con respecto a los rituales generalmente aceptados a propósito de la utilización del espacio en sociedades cada vez más heterogéneas. Esta vanguardia artística nos da a entender que en el futuro únicamente se podrá «moderar», en lugar de determinar, el uso del espacio público. Esto significa que los rituales del poder y los rituales de apropiación de los espacios acabarán fluyendo juntos en un discurso político continuo.
Si tuviera que resumir mi experiencia como miembro del jurado, debería referirme al proceso técnico de evaluación de las obras presentadas. El jurado siempre ha tenido que tomar decisiones acerca de la naturaleza de las mismas, compuestas siempre de imágenes y textos. Lo importante aquí es saber si una mirada efímera es suficiente para obtener una perspectiva real de la funcionalidad a largo plazo de un espacio público urbano. Después de todo, estos espacios cobran vida según el uso que de ellos se haga, y su utilización, a su vez, depende de las estaciones, de los cambios sociales y de las restricciones políticas. La verificación de estos factores sólo se consigue a través de la observación y el análisis a largo plazo.
Por otro lado, cabe señalar que la continuidad conseguida en el seno del jurado ha proporcionado una experiencia de gran utilidad para valorar la importancia y la calidad de las obras presentadas. Actualmente, hay algunos elementos del espacio público que gozan de cierta popularidad, como las farolas y los proyectos espectaculares de iluminación, o las fuentes y surtidores informales, muchos de ellos con mecanismos interactivos que rocían alegremente a los niños que juegan a su alrededor; o los bancos y las áreas de descanso, o los espacios con el pavimento decorado con toda clase de diseños y materiales. Lo realmente importante no es que un nuevo espacio público llegue a ser especialmente «bonito», sino que sea capaz de transmitirnos una «historia» que contribuya a la identidad del lugar.
No son pocas las veces en que, situados ante las imágenes del «antes y después» del proyecto, comprobamos que lo más acertado habría sido dejarlo todo como estaba. El espacio público urbano es una «escultura social», un espacio político para la negociación. Ese es el «texto» que acompaña al discurso del jurado más allá de las «imágenes» presentadas.