Como persona que viene de Bielorrusia, un país afectado por la catástrofe de Chernóbil, vivo con la sensación de tener como un tercer ojo. Toda nuestra tierra es un palacio de cristal, toda la tierra, todo el planeta. Desde la perspectiva de Chernóbil, la cuestión de las fronteras se ve de forma muy distinta. Si los bomberos de Chernóbil no hubiesen apagado el incendio en los primeras días, y sobre todo en la primera noche, ni en Escandinavia ni en Europa se podría vivir, el mundo se habría convertido en algo muy frágil. Siempre me acuerdo, cuando viajo por ciudades europeas, de las películas de Tarkovski, en que todo es frágil, todas las cosas desaparecen.
Cuando se dice que Chernóbil está casi olvidado, que es nuestro pasado, creo que no se ve como un símbolo, un mensaje, porque yo siempre, en mi país y hasta ahora, tengo la sensación de no haber hablado del pasado. Cuando vi todo lo que pasaba, cuando grabé las conversaciones con la gente, para mí aquello era el futuro. La gente tiene una fuerza que le empuja a salvarse, o también hay una especie de fuerza del miedo. Nosotros sentimos esta hostilidad. En ese momento no queremos pensar, o tenemos miedo de pensar, o bien no tenemos conocimientos suficientes. No vemos que Chernóbil nos introdujo en otra realidad.
¿Qué es lo que pasó? Cambió la relación con el tiempo. Existe la idea de que el tiempo es muy efímero, pero nosotros hemos depositado en éste alguna esperanza. ¿Qué pasa después de Chernóbil, cuando todas las sustancias radioactivas que están allí permanecerán durante cientos de años? No podemos medirlo, no podemos medirlo con nuestro concepto del tiempo. ¿Qué pasa también con el espacio después de Chernóbil? El cuarto día las emisiones ya llegaban a África y a China. En Bielorrusia no hay ninguna instalación nuclear, pero nosotros ya habíamos recibido todas las emisiones, toda la contaminación. Antes teníamos una determinada noción de lo que está cerca y de lo que está lejos. Y todo esto cambió.
Sería interesante hablar de Chernóbil como un trauma de la cultura, porque hasta ahora Chernóbil no se ha tratado desde la perspectiva cultural que tiene. Las personas que fueron a la zona de Chernóbil para salvar al mundo de las consecuencias del accidente era gente muy emotiva, y su emoción se fue difuminando. El pasado era despiadado. Toda esta explosión es como si hubiese hecho estallar el pasado. El pasado fue sustituido: primero estaba el poder y después está el pequeño ser humano. Y el poder, frente a este accidente, intentó utilizar las técnicas que se empleaban en otras catástrofes con cierto secretismo. La gente ponía arena, plomo, sustancias varias y, al mismo tiempo, había muchos soldados, mucha técnica, y había que vencer, pero nadie sabía qué había que vencer. Nadie sabía cómo había que luchar ante este nuevo mal. Recuerdo las caras desesperadas de los médicos, de los soldados, pero sobre todo de la gente que trabajaba allí.
Enviaron a unos 100.000 soldados, y los iban reemplazando, pero de todas maneras todavía siguen muriendo. Es difícil de calcular, porque están muy dispersos ahora. Un oficial de un grupo de aviadores que habían enviado desde Afganistán y que estaban en torno al reactor me dijo: «¿qué estamos haciendo aquí? Puedo ir a la guerra, puedo morir, puedo disparar, pero aquí no veo al enemigo, ¿dónde está el enemigo?» Y nos tropezamos con el mal, pero este mal era algo totalmente desconocido, estaba bajo una máscara nueva.
Se actuó como se hacía en el pasado, tranquilizando a la gente, engañándola, diciéndole que se vencería, que todo estaba bajo control. El pasado siempre era despiadado, pero esto no podía ayudar al ser humano, e inmediatamente el miedo desempeñó un papel muy importante. Al principio, pensé que el miedo tenía un papel constructivo en cualquier lugar, en todo caso, en lo que yo había observado.
La gente controlada por un régimen, un régimen totalitario que entonces era bastante fuerte, se hizo libre gracias al miedo. Gente que tenía niños dijo que, o bien se quedaba en la zona con los niños, con la familia, o bien dejaba el Partido. Hubo mucha gente que devolvió el carné del Partido y salvó a sus hijos. La propaganda por la radio y la televisión decía que todo iba bien, que no había motivo de preocupación. Pero la gente escuchaba también las emisoras occidentales o escribía a personas de Occidente. La población intentaba salvarse, intentaba imaginar estrategias para no contaminarse con los alimentos. Fue el miedo lo que les hizo libres. El miedo, que ocupa tanto lugar, ya no es como una paranoia que puede paralizarnos a todos. Es también como la vía para buscar cambios y una forma de ser conscientes. ¿Cómo superó la vida este miedo?
Era necesario ir más allá de los límites de la cultura, no únicamente de las leyes bíblicas, sino de nuestra imaginación. La gente había llegado a una especie de umbral de la autodestrucción. Por eso se tuvo que pensar en la Biblia y algún escritor habló de los valores del terror.
Hubo una mujer, una anciana, que no quería salir de la zona protegida. La amenazaron con sacarla por la fuerza, pero dijo que no saldría. Al verme a mí, la única mujer entre periodistas y militares, me dijo: «hijita, ¿esto es la guerra?». Nadie pensó que nos estaba haciendo la principal pregunta, la que se ha convertido en la gran pregunta después de Chernóbil. Dijo: «yo he estado en la guerra, yo he visto la guerra, yo sé que la guerra es cuando disparan o bombardean los soldados de otros países. Pero de todas maneras vuelven a crecer las flores. Y ¿por qué tengo que irme de aquí?» Y repitió: «¿esto es la guerra? ¿Por qué me tengo que ir de aquí?»
Durante los primeros meses - creo que este episodio de la anciana fue el tercer mes después del accidente - no sabíamos que sí, que era una guerra, que habíamos entrado en un nuevo mundo. Después del 11 de septiembre también se habló de ello. Habíamos entrado en un nuevo mundo, con nuevos misterios, nuevos sentimientos y nuevas dudas sobre nuestra existencia y sobre la manera de sobrevivir.
En un pueblo junto al reactor de Chernóbil, donde viven muchas personas que trabajan en la planta nuclear, había unas pequeñas casas cerca del reactor. Tres días antes de la evacuación, la gente, por la noche, se sentaba en los balcones y le decía a sus hijos: «mira, recuerda todo esto», porque era un espectáculo. Una casa destruida, o una ciudad asolada, o una planta nuclear incendiada puede ser un espectáculo muy bello y esto la gente lo repitió muchas veces, dijo que era como una luz muy especial, como una luz malva, como un incendio muy especial. No sabíamos todavía que la muerte puede ser tan hermosa. Incluso sin filósofos, sin historiadores, se crearon unos textos muy especiales. Los campesinos fueron los que más sufrieron, los que estaban más cerca de la naturaleza en Bielorrusia y en Ucrania. Son personas que tienen otra relación con la naturaleza, que confían en ella, y era muy difícil hacerles entender que la muerte está dentro de la tierra. Se les tenía que decir que la leche que querían beber también es la muerte, que toda la hierba que tenían alrededor es la muerte.
Había personas que ya estaban condenadas, que padecían una especie de cáncer que consume muy rápidamente al enfermo. En la clínica, una persona muy enferma comentaba que, al tercer día del accidente, cuando habló Gorbachov, no salía ninguna abeja de la colmena; todo estaba muerto, todos los animales habían muerto. Pensaba que la situación era provisional, pero cuando vio que las abejas no salían volando, se dio cuenta de que algo había pasado. Esto lo formulaba una persona muy sencilla, y todas esas personas se convirtieron en filósofos. Tuvieron que llegar a esas conclusiones ellos mismos. Los sufrimientos, la tensión, la emoción, todo esto elevó a estas personas, y se pusieron a escribir. Y parecían Dostoievski escribiendo. Alguien dijo: «yo me estoy muriendo, a lo mejor mis abejas sobrevivirán, a lo mejor están más adaptadas a este mundo que yo». Chernóbil supuso la aparición de una nueva realidad. Esto es algo que se encontraba en cada esquina. Y fue una pena que la literatura y el periodismo únicamente se dedicaran a la capa más superficial, a los efectos sobre la salud y a la política.
Allí también se descubrieron aspectos vulnerables de nuestro mundo. En una reunión de la Academia de Ciencias en Bielorrusia, a pesar de la oposición de los políticos, empezando por Gorbachov, por el enorme coste que representaba, se decidió que había que desplazar a 400.000 personas de Bielorrusia. Esto planteaba otra cuestión en esa nueva realidad: se puede salvar a la gente, que puede llevarse documentos y dinero, pero ¿qué se hace con los animales, por ejemplo? La zona era como un cementerio de animales, pero a lo mejor se pueden salvar aquellos que se desplazan con las personas, los caballos, los perros, etc. Pero ¿qué se hace, por ejemplo, con los árboles, con todo lo que vive dentro de la tierra o en los bosques? Por primera vez en la historia de la humanidad, se plantearon este tipo de preguntas. Aunque sea a un nivel filosófico, eran nuevas cuestiones filosóficas. Pero en ese régimen tan cruel, no fueron desarrolladas todas estas cuestiones.
Pasados ya casi 20 años, la gente se quiere distanciar, quiere enviar ese miedo a la periferia. Pero no se puede hacer del miedo algo periférico en este momento, todo va a las capitales de las superpotencias y va adquiriendo fuerza, y Chernóbil fue una primera alerta. Cuando me reúno con científicos de todo el mundo en Chernóbil, siempre dicen: «nos preparamos para el futuro». Todos entienden ahora que es un laboratorio gigante, que es un banco de datos muy importante para la supervivencia del ser humano.
En la época de Chernóbil, hubo, naturalmente, la catástrofe del imperio del socialismo, de las ideas socialistas, y también la catástrofe nuclear. Para entender la primera catástrofe nosotros teníamos cultura. En cambio, la catástrofe de Chernóbil no se ve con los ojos, y ni siquiera las manos pueden tocarla. Tampoco tiene olor. Y la gente no sabe cómo expresar estas ideas.
En Bielorrusia tenemos prácticamente una dictadura, y en Ucrania hay muchos problemas. Por lo tanto, se cierran todas estas cuestiones. Hay muchos científicos que han estado en la cárcel por revelar algunas cosas. Se necesita mucho valor por parte de la sociedad civil y también de los intelectuales; es la manera de llegar a estos conocimientos. La gente, sobre todo en aquellas zonas, no quiere hablar del futuro, porque se ha perdido el optimismo que tenían los héroes del escritor Chéjov. En la época de Chéjov, se decía que al cabo de 100 años el ser humano viviría en un mundo maravilloso. Pero, exactamente 100 años después, sucedió lo de Chernóbil, y ahora la gente vuelve al pasado.
Como dice una poetisa polaca, ahora se puede ir a una oficina de turismo y contratar un viaje a las zonas más contaminadas, donde se puede ver todo lo que queda, y entonces la gente se da cuenta, al verlo, de que no somos iguales a nuestra época.