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En los centros urbanos europeos, más de la mitad del espacio público está dedicado al vehículo privado. Como es sabido, esta privatización de las calles constituye una amenaza para la salud de las personas y del planeta. Pero también constituye una muestra flagrante de injusticia espacial. El automóvil, que mueve menos de una cuarta parte de la población, margina a los niños, a las personas mayores y a todos aquellos que no cuentan con las facultades físicas o económicas para conducirlo.
La calle Miera no es una excepción. De sus cerca de diecisiete metros de anchura, nueve metros están dedicados al tráfico, que circula en dos sentidos. Parte de la calzada está ocupada por dos vías de tranvía que no están segregadas, de modo que los coches las ocupan constantemente. Más aún cuando los dos laterales se utilizan normalmente para aparcar. Los peatones, los comerciantes y los ciclistas se ven obligados a compartir la acera, de unos cuatro metros de ancho en el lado norte y de menos de tres metros en el lado sur. Así se ven obligados a sortear personas, puertas que se abren o señales verticales en cada momento.
Objeto de la intervención
Por suerte, la calle Miera tiene una comunidad local arraigada y muy activa. Conscientes de ello, en el año 2014, un colectivo de jóvenes urbanistas eligió la calle para realizar un experimento. Se trataba de extender entre los agravados usuarios de la vía la conciencia de que su limitado espacio se puede repartir de manera más equilibrada. La iniciativa, que formaba parte de una estrategia mayor para reclamar más espacio para la bicicleta en la ciudad de Riga, quería también explorar la relación entre los técnicos que diseñan el espacio público y la comunidad que hace uso de él habitualmente. Bien es cierto que los primeros son los que saben cómo se hacen las calles, pero no lo es menos que los segundos son expertos en utilizarlas. A través de una mirada cruzada entre ambos mundos, los técnicos pueden aprender a responder mejor a las necesidades reales de la gente mientras que esta puede obtener mejores respuestas a sus necesidades.
Los jóvenes urbanistas comenzaron por dibujar los planos de una propuesta para reducir el espacio dedicado al coche y se entretuvieron en ilustrarla con perspectivas y fotomontajes. Querían involucrar a los vecinos y los comerciantes en la mejora. La respuesta fue positiva, aunque no quedaba del todo claro si la gente había entendido totalmente la propuesta. Aunque la entendieran, tampoco podían estar completamente seguros de que funcionaría.
Descripción
A los dos años de darle vueltas, los jóvenes urbanistas decidieron hacer una prueba a escala real. De acuerdo con los vecinos y los comerciantes, escogieron un tramo de la calle Miera de catorce metros de largo. También recogieron 7.000 euros para implementar el ensayo, que bautizarían con el nombre de «Mierīgi!». Tardaron tres días en llevar a cabo la actuación, que solo tenía permiso para permanecer ahí una semana. Consistía en hacer una ampliación temporal de las aceras, revistiéndolas con una tarima de paneles de contrachapado. Para distinguir las aceras del tramo experimental, pintaron las tarimas con un color azul claro que confería a la escena una cierta irrealidad. Las aceras ampliadas se equiparon con bancos para sentarse, jardineras con flores, un stand para arreglar bicicletas y paneles informativos sobre los propósitos de la instalación.
En realidad, la ampliación de aceras fue posible gracias a un pequeño gesto inicial. Los cuatro carriles de circulación para coches —dos por lado— se redujeron a dos carriles compartidos con el tranvía. Incluso quedaba lugar para insertar en cada lado de la calle una ciclovía adyacente a la acera. Esto liberaba espacio para los peatones y las cafeterías, que lo notaron, no tardaron mucho en sacar algunas mesitas y sillas para sus clientes. Enseguida se hizo patente a ojos de todos que la calidad de vida en ese tramo de catorce metros de la calle Miera aumentaba significativamente. ;
Valoración
Los vecinos y los comerciantes de la calle Miera parecían contentos de hacer de figurantes de una escena pasajera donde se representaban a sí mismos en una calle diferente. Un vídeo del experimento publicado en las redes sociales tuvo más de 60.000 reproducciones y recibió comentarios de gente de todo el mundo que quería seguir el mismo camino para cambiar su calle. La corta semana que duró la instalación «Mierīgi!», residentes locales, comerciantes y transeúntes debatían sobre la solución en cada momento. Quizá no todos estaban de acuerdo con la reconquista del espacio privatizado por el coche, pero quedó claro que el urbanismo táctico puede ser una herramienta eficaz para implicar a la gente en las cuestiones del diseño urbano. Su método permite poner a prueba un espacio, valorar el resultado y evitar costes en errores de diseño. A pesar de ser fugaz, el experimento ha dejado una lección en la calle Miera: antes de conquistar el espacio de la ciudad hay que conquistar la conciencia de los ciudadanos.[Última actualización: 09/05/2022]