Estado anterior
Cerros ondulados, salpicados de pinares y tapizados con prados en los que pastaban las ovejas. Así de bucólico era el paisaje de Marzahn, al norte del Berlín Oriental, hasta 1977, cuando las autoridades de la RDA edificaron ahí el polígono residencial de Schorfheide. Lo formaban miles de viviendas públicas amontonadas en bloques construidos con el sistema Plattenbau, una técnica basada en el montaje en seco de paneles prefabricados de hormigón que, durante varias décadas después de la guerra, permitió atender de forma rápida, económica y masiva las necesidades de techo de la población.Aunque, en términos cuantitativos, la capacidad de respuesta del sistema era innegable, lo cierto es que la calidad urbana de los tejidos que generaba resultaba muy precaria. Priorizaba la eficacia industrial de la construcción, basada en la regularidad y la repetición, por delante de la mezcla de usos y la diversidad de los huecos entre bloques, de modo que resultaban monótonos, carentes de actividad y atributos. La situación se agravó a partir de la reunificación alemana. Por un lado, el polígono experimentó un constante declive de residentes y los bloques en peor estado de conservación se fueron vaciando. Por el otro, la masificación del vehículo privado convirtió los espacios libres, ya de por sí tristes, en meros aparcamientos superficiales.
Objeto de la intervención
En respuesta a la decadencia paulatina del polígono, se estimó necesario derribar cinco bloques que sumaban un total de 265 viviendas. Lejos de convencer a los vecinos, la propuesta les planteaba preocupaciones que iban desde el temor a perder la casa hasta el desánimo de vivir en un barrio decadente, con un futuro incierto y amenazado por las sombras de la negligencia o la delincuencia. Se hizo evidente la necesidad de involucrar al mayor número posible de residentes en un debate acerca de la transformación de Schorfheide tras el derribo. A este efecto, se optó por aplicar el método Charretre de participación ciudadana a un proceso de diseño colectivo asistido por artistas, arquitectos y paisajistas y abierto a todo el mundo. La iniciativa contaba con un presupuesto de cerca de medio millón de euros.Descripción
Más de doscientos vecinos de diferentes edades y procedencias tomaron parte en el proceso participativo, que se desarrolló a lo largo de varias jornadas y sobre los propios espacios en que había que intervenir. Una vez recogidas y discutidas, las visiones de futuro del propio barrio acabaron confluyendo en la voluntad de representar el paisaje bucólico que había precedido a la construcción del polígono. Un movimiento de tierras realizado en los terrenos de los bloques derribados generó una nueva topografía a base de pequeños cerros ondulados. En alusión al paisaje originario de Marzahn, los cerros se cubrieron con hierba y se plantaron cincuenta pinos solitarios. A la vez, todo ese verdor se contrastó con coloreadas plantaciones de tulipanes.Junto a los cerros se esparcieron veinticuatro contenedores prefabricados. Son blancos y están agrupados sobre los prados verdes de modo que, de lejos, recuerdan a un rebaño de ovejas. Sirven para que los alquilen los vecinos y los usen como garaje, como taller de bricolaje, como simple almacén o, incluso, para disponer de una segunda sala de estar en verano.
A fin de completar la alegoría bucólica, se convocó a los vecinos a participar en un concurso de esculturas en forma de ciervo. La convocatoria, que contaba con el asesoramiento de un artista, recibió unas cincuenta propuestas, de las que se seleccionaron cuatro para ser moldeadas en hormigón. La organización de una excursión al campo sirvió para sufragar la construcción de las cuatro piezas elegidas y contribuyó a estrechar lazos entre los vecinos, al igual que la fiesta que celebraron para inaugurarlas.
Valoración
Antes que el resultado, el propio proceso de concepción de la intervención ya sirve para tejer y consolidar la red vecinal del barrio. Lo logra poniendo en juego la cooperación entre extraños, a través de iniciativas que van desde el mecenazgo compartido hasta la concepción consensuada de un paisaje que recrea una identidad colectiva. También genera comunidad el uso posterior del espacio, en especial de los contenedores instalados, que beneficia al mismo tiempo al interés individual y al general.A nivel particular, los contenedores amplían y complementan el ámbito doméstico contradiciendo la premisa que reclama contigüidad a los espacios de la vivienda. Así, brindan a los miembros de hogares pequeños y a menudo superpoblados la posibilidad de apartarse a espacios donde poder estar solos o reunirse con otros. Ofrecen ámbitos informales donde celebrar comidas al aire libre y en contacto con la naturaleza. También lugares de encuentro fuera del núcleo familiar, posibilidad atractiva, por ejemplo, para los ensayos de una banda de músicos adolescentes. Los beneficios a nivel general también son diversos. Ayudado por la nueva topografía de los cerros, el «rebaño» de cajas blancas mejora el paisaje porque suaviza el impacto de los bloques con una escala más propia de una aldea. Usados como garaje, los contenedores reducen el número de coches aparcados al aire libre. Si, por lo contrario, se utilizan como taller o como estancia, el hecho de que deban tener la puerta abierta para iluminarse activa el espacio y fomenta la interacción entre vecinos.
En las periferia europeas abundan los polígonos residenciales como el de Schorfheide, tediosas repeticiones de bloques separados por vacíos demasiado extensos. La rotundidad de su morfología y la delicadeza de sus tejidos sociales hacen que sea muy difícil transformarlos sin causar grandes gastos o graves trastornos. Esta intervención, que ha convertido el lugar en una dirección de Berlín, constituye un buen ejemplo de cómo dotarlos de sentido y atributos con pocos medios.
David Bravo Bordas, arquitecto
[Última actualización: 02/05/2018]