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Dan Turèll amaba Copenhague, sus sonidos, sus historias, sus rincones. Lo refleja la obra de este poeta, escritor y ensayista que nació y creció en Vangede, un suburbio de la capital danesa, por aquel entonces alejado y rodeado de campos. Precisamente, fue la autobiográfica «Vangede Billeder» (Imágenes de Vangede) la novela que le hizo merecedor de su ingreso en el mapa literario de Dinamarca. Rebelde, prolífica, inclasificable, la escritura de Turèll coqueteaba con la contracultura Beat y la dimensión poética de la decadencia mientras cosechaba reconocimientos en terrenos tan variados como la novela negra o la crítica política.Murió en 1993, a la temprana edad de cuarenta y siete años, pero Copenhague no le dedicaría un espacio público reconociendo su valor y correspondiendo a su amor hasta casi veinte años después. Como no podía ser de otro modo, lo acabaría haciendo en el barrio de Vangede. Un lugar excéntrico e informal, difícilmente clasificable como plaza, ofrecía una buena oportunidad. Quedaba encajado entre dos vías oblicuas y de naturaleza muy distinta: una a levante, curva y llena de pequeños comercios; otra a poniente, recta y poco activa. Un imponente tilo presidía el espacio poniendo a prueba su irrelevancia. Lo rodeaban un firme de baldosones desgastados, un parterre asilvestrado y un montón de bancos ajados.
Objeto de la intervención
Evidentemente, el espacio recibiría el nombre del escritor. Debería acondicionarse, no tanto en honor a Turèll ─que quizá ya lo hubiera apreciado tal y como estaba─, como para hacerlo reconocible y confortable. Al fin y al cabo, debía merecer el apelativo de plaza. Pero, además, el uso cotidiano del sitio podía fundirse con la función simbólica. Más allá de ser explícito en el homenaje al autor, podía desplegar una magia implícita que transmitiera el espíritu de su obra a quienes no la conocieran.Descripción
Aun siendo discreta, la plaza Dan Turèll no puede pasar desapercibida. Al pie del tilo preexistente, se ha instalado una escultura de unos tres metros y medio de altura. Consiste en la representación tridimensional en acero corten de veintiocho letras del alfabeto danés y de algunos signos de puntuación, medios de expresión del escritor de Vangede. Hasta aquí el monumento explícito.El homenaje implícito radica en un banco alargado que abraza la escultura resiguiendo el perímetro angular de la plaza. Formado por dos brazos rectilíneos que convergen en un vértice redondeado, tiene una longitud exacta de cuarenta y siete metros, en alusión a la corta pero fructífera vida de Turèll. Está formado por latas de madera de color verde claro que definen una superficie sinuosa en referencia a los bancos de París, ciudad que el autor frecuentaba y que influyó en las diferentes vertientes de su obra. Al mismo tiempo, el banco es una afirmación democrática que invita a los paseantes desconocidos, con independencia de su edad, origen o condición, a sentarse juntos para conversar y compartir el espacio.
El brazo oriental del banco da la espalda a una hilera de castaños preexistentes. Detrás del occidental se ha plantado una nueva hilera de serbales, acompañados de luces de parque que recrean la atmósfera misteriosa de una novela negra. Un firme a base de piezas grises de hormigón con textura lignaria ofrece una base neutra a todos los elementos alegóricos. De todos modos, lo cruza una trama de perfiles de acero corten que no puede evitar hacer alusión a los renglones paralelos que traman cualquier texto.
Valoración
Conjugando en una doble capa valor de uso y valor simbólico, la plaza Dan Turèll irradia una belleza que alcanza tanto a versados como a profanos. Así, sin estridencias ni indiferencias, sitúa el legado del autor en el mapa de la ciudad que tanto amaba. Lo hace con una discreción cautivadora, atrapando al visitante incauto en un marco poético muy afín al espíritu de su obra.David Bravo Bordas, arquitecto.
[Última actualización: 26/05/2023]