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La apertura de la Ronda de Dalt, con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona, supuso que el distrito de Horta, que ocupa un valle periférico en el límite norte entre la ciudad y la montaña de Collserola, quedara bien conectado a la red vial de la ciudad. Aprovechando esa reciente accesibilidad y la magnitud de la construcción, nuevos equipamientos de escala metropolitana, como el Velódromo de Horta, afloraron en los laterales de la vía rápida. En otros casos, esos espacios adyacentes quedaron a la espera de usos futuros y sólo se vieron transformados por las operaciones de desmonte y terraplenado que habían modificado la orografía natural del valle. Es el caso de los terrenos sitos entre el Velódromo y el cementerio de Horta, al norte de la Ronda. Su pendiente original fue escalonada en diferentes terrazas que alojaban depósitos de gas y construcciones efímeras que daban servicio a las obras.Objeto de la intervención
En el año 2000 la empresa pública Transports Metropolitans de Barcelona decidió destinar estos terrenos a la construcción de unas cocheras con capacidad para 300 autobuses municipales. Su tamaño y situación brindaban la inusual oportunidad de edificar al efecto 60.000 metros cuadrados perfectamente conectados con la red vial. Pero al mismo tiempo, el tamaño y la situación del edificio suponían un considerable riesgo de impacto ambiental en un potencial punto de acceso al parque de Collserola. La solución a este conflicto de intereses vino dada por la idea de dotar al edificio de una gran cubierta ajardinada y accesible que ofrecería buenas vistas sobre la ciudad y haría las veces de transición entre su tejido y el parque.Descripción
Las cocheras ocupan tres niveles semienterrados abiertos a la Ronda de Dalt y están cubiertas por una losa de hormigón armado con una superficie de 20.000 metros cuadrados. Esta losa está formada por plataformas horizontales de 7 por 7 metros que van escalonándose para reproducir la topografía original del terreno. Su capacidad portante es de 2.000 kg/m² y presenta un bajante de recogida de aguas cada 40 metros. Una retícula de bovedillas de PVC de diferentes alturas permite suavizar el perfil escalonado de la losa sin aumentar en exceso su el peso muerto. Con este principio se forman sobre la cubierta grandes concavidades circulares de hormigón que recogen en su centro las aguas pluviales. De diámetros variados, estos grandes embudos están pavimentados con materiales de colores intensos y dan cabida a varias actividades específicas como pistas de monopatín, juegos de agua o circuitos para bicicleta. Los intersticios que separan los embudos circulares están plantados con pinos, matas de bambú y esteras de hyparrhenia, que dan continuidad a la vegetación natural del parque.Valoración
Sacando provecho del enriquecedor efecto que la superposición de usos distintos tiene sobre la ciudad, esta intervención desempeña sabiamente un rol mediador entre diferentes pares de realidades opuestas. En primer lugar, conjuga dos usos públicos de carácter muy distinto: el parque, universalmente accesible y destinado al ocio, con la infraestructura para el transporte, tanto o más necesaria pero cerrada y meramente funcional. En otro nivel, resuelve el encuentro entre el tejido urbano y la extensión no urbanizada del parque natural de Collserola. Lo hace desde una doble esencia que permite percibirlo con la rotundidad de un cuerpo edificado y con la sutileza de una intervención paisajística. Por último, desde un punto de vista constructivo, concilia el deber de toda cubierta de expulsar el agua que recibe con la necesidad de recogerla para reutilizarla. Este aspecto impregna la obra desde su concepción y constituye un imperativo de partida que da cuerpo y sentido al resultado final.David Bravo Bordas, arquitecto
[Última actualización: 02/05/2018]