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  • FINALISTA 2014

Piscina temporal en la calle Verona

Bucarest (Rumania), 2012

Durante los tres días de un festival de verano, una calle normalmente ocupada por coches acoge una piscina hecha con palés alquilados y una lona impermeable para que los vecinos disfruten del contacto con el agua.

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Arrebatarle la calle al coche y devolvérsela al peatón. Este es el cometido del festival Street Delivery («Entrega de la calle»), que se celebra todos los años, desde 2006, en ciudades rumanas como Bucarest, Timișoara o Iași. Organizado por la librería Carturesti y la Orden de los Arquitectos Rumanos, este evento sin ánimo de lucro consiste en conquistar durante tres días de verano un espacio público habitualmente invadido por el automóvil. A este efecto, convoca a vecinos, artistas, músicos, arquitectos o estudiantes a presentar propuestas para convertirlo en un lugar de encuentro donde se puedan poner en práctica formas alternativas de compartir la experiencia urbana. De este modo, la iniciativa quiere reforzar la dimensión social, cultural y política de la calle por encima de su función circulatoria.

En Bucarest, la sexta edición del Street Delivery tuvo como escenario la calle dedicada al pintor rumano Arthur Verona. En esta vía, como en el resto del casco histórico, los coches, ya sea aparcados o en movimiento, ocupan con toda impunidad la mayor parte de la superficie disponible. Lo cierto es que, a partir de los años noventa, mientras las ciudades de Europa occidental empezaban a desembarazar de coches sus centros históricos, las del este actuaban en sentido contrario. Desde la caída de los regímenes socialistas y con el retorno a la economía de mercado, la desafección hacia la cosa pública y la fascinación por el vehículo privado han tenido un gran impacto en su paisaje urbano.

Objeto de la intervención

La propuesta seleccionada para liberar de coches la calle Verona consistía en la instalación de una piscina temporal. La idea asumía un reto que debería ser el punto de partida de cualquier intervención efímera: minimizar los medios materiales invertidos y maximizar los resultados inmateriales obtenidos. Por un lado, la huella ecológica de la actuación sería casi nula y su coste económico no llegaría a los quinientos euros. Por el otro, los efectos pedagógicos debían trascender los tres días del festival y quedar grabados en la memoria del vecindario. Había que poner de manifiesto el rol estructural que el espacio público tiene en la fortaleza de un tejido social y en la salud democrática de una ciudad. Ante la falta de lugares públicos de baño donde combatir los calurosos veranos de Bucarest, el agua sería la encargada de convocar a la gente. Contribuiría a ello la programación de una serie de actividades paralelas.

Descripción

La piscina temporal de la calle Verona se enmarcaba dentro de un podio rectangular hecho con palés de madera apilados. El conjunto, que medía seis metros de ancho y doce de largo, invadía la mitad de la calzada y estaba adosado a una fachada del lado sombreado de la calle. El vaso de la piscina estaba impermeabilizado con una tela de plástico que llevaba impreso un mapa de la ciudad. Aparte de sujetar la tela, los palés perimetrales ofrecían superficies para circular o para tumbarse junto al agua. Al no estar fijados, su disposición era variable, de modo que tan pronto se apilaban para conformar un escenario elevado como se inclinaban para ofrecer un respaldo o se escalonaban dibujando una escalera.

Lejos de limitarse a ser espectadores de los conciertos, las proyecciones o los talleres programados, los vecinos y los participantes del festival se implicaron a fondo en el montaje y la gestión de la instalación. Un equipo de pocas personas tuvo suficiente con una mañana para apilar los palés y colocar la tela de la piscina. Hicieron falta algunas personas más para llenarla de agua a base de cubos que entraban y salían de las casas vecinas. Incluso se organizaron turnos de voluntarios para atender las funciones de vigilancia o la renovación periódica del agua. Al cabo de los tres días previstos, la alcantarilla se tragó el agua de la piscina. Los palés, que eran alquilados, se devolvieron a la empresa proveedora y la tela se dobló para aplicaciones futuras. Entonces, la calle Verona volvió a ser el aparcamiento aburrido de siempre.

Valoración

 A pesar de su fugacidad, la piscina de la calle Verona ha dejado tras de sí varias lecciones. Por un lado, la experiencia demostró que liberar una calle de coches no sirve solo para transformarla en el pasillo de un centro comercial. Con demasiada frecuencia, las nuevas zonas peatonales tienen efectos tan perversos como la gentrificación de los barrios, la sustitución del pequeño comercio por las grandes franquicias de la globalización o la proliferación de un consumismo excluyente que expulsa al que no dispone del poder adquisitivo para ir de compras o sentarse en terrazas de pago. Por otro lado, la piscina temporal también marca distancias respecto a numerosas instalaciones efímeras que, centradas en el aspecto material, incurren en gastos insostenibles sin aportar experiencias provechosas.

Más que en la temporalidad, el valor de esta actuación radicaba en el hecho de ser reversible y de bajo coste sin renunciar a reportar resultados perennes y ambiciosos. Afín a las tesis del mejor «urbanismo táctico», la piscina era un experimento que ponía a prueba un espacio, lo tanteaba, lo excitaba, para que reaccionara y dejara de ser lo que era. Con el espíritu del Carnaval, provocó la suspensión momentánea de las normas cotidianas para que las personas, más que como espectadores, se comportaran como actores. Y lo consiguió aprovechando el poder de convocatoria del agua. Cada vez más, la esfera pública relega este elemento a un papel meramente decorativo, mientras que la privada lo acapara como fuente de disfrute en parques acuáticos o balnearios de pago. En cambio, en la calle Verona, el agua volvió a ser un catalizador de la inclusión social, la implicación ciudadana y la interacción creativa. El testimonio de este espacio compartido no comercial queda grabado en la memoria de los participantes, que ahora saben por experiencia que otra forma de vivir la calle es posible.

David Bravo │ Traducción de Maria Llopis

[Última actualización: 02/07/2021]

Ficha técnica

CIUDAD: Bucarest
PAÍS: Rumania
INICIO DEL PROYECTO: 2012
INICIO DE LAS OBRAS: 2012
FINAL DE LAS OBRAS: 2012
DIRECCIÓN DE OBRA: studioBASAR
CONSTRUCTORA: Alex Axinte, Cristi Borcan, Dezso Floriska Kovacs
SUPERFICIE: 72 m²
COSTE: 450 €

Créditos

PROMOTOR:
Ordinul Arhitectilor din Romania, Fundatia Carturesti

AUTORES:
studioBASAR

COLABORADORES:
Dezso Floriska Kovacs, Street Delivery volunteers

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